martes, 6 de julio de 2010

La noche y el día, la mentira y la verdad, el mal y el mal.

-Menuda mierda -dije.
-¿Qué mosca te ha picado ahora?- dijo haciendo uno de sus imposibles, sentándose en el taburete con comodidad.
-Lo de siempre. Parece que las cosas sólo las puede hacer uno mismo. Y de mala leche, que sino no te hacen caso.
-¿No crees que eso es sólo producto de tu ego? ¿Qué la gente no hace las cosas mal, sino que no las hace como tú quieres que las hagan?
-Vete a la mierda -dije y abrí mi portátil-. La gente hace las cosas mal para no tener que volver a hacerlas.
-Bueno, un poco de autocrítica nunca viene mal. Igual así se te enfría el cabreo y te relajas.
-¿Porque no matas moscas con el rabo?
-Sólo quiero ayudar.
-Ayudar... ya me conozco tus ayudas...-dije y me centré en el documento de texto.
-¿Por qué no lo publicas de una vez y dejas ya de darle vueltas?
-Porque quiero que esté perfecto. Estoy haciendo autocrítica...
-¿Y se puede saber cuál es esa autocrítica?
-Pues que creo que el estilo de este relato se parece demasiado al de Bukowski. Últimamente lo he estado leyendo mucho, y creo que se nota en mi prosa.
-¡Ja! Ya te gustaría parecerte a Bukowski.
-Pues te equivocas. Me gustaría ser único e incomparable.
-Pero si te tienen que comparar con alguien...
-Bueno, sí. Si me tuvieran que comparar con alguien, Bukowski sería una de las mejores opciones posibles.
-Pues siento decirte que no te pareces a Bukowski, aunque si a otros muchos autores.
-¿Cómo a quién?
-No merece la pena mencionarlos, no los conocerías. Son escritores mediocres de los que, en su gran mayoría, no queda ni un solo fragmento de su legado literario- dijo con el tono de voz mas hiriente que tenía. Y eso era mucho.
-¿Eso es una crítica?- dije antes de que se pudiera notar que me había tocado la estima y empezaba a dudar. Siempre fui rápido contraatacando.-Tienes un argumento para vapulearme, pero no quieres mostrarlo. Como siempre pretendes engañarme, pero no te das cuenta de que sólo te engañas a ti mismo. Te pareces a mí mucho más de lo que tu crees.
-¿No será que tú te pareces a mí? -dijo con suficiencia.
-Pues no. Tú deberías tener las cosas claras, no creer que las tienes. deberías tener muy claro cuales son mis puntos débiles. Tú deberías influir en mí, pero soy yo el que influye en ti -saqué un cigarro y lo encendí, contemplando su reacción. Esto empezaba a divertirme.
-Jajajajaja -rió con su cavernosa voz-. ¿ influyes en mí?
-Claro que sí. Bueno, yo y todo el mundo. Somos malos por naturaleza. Nuestras reacciones naturales, basadas en el instinto de supervivencia, son malvadas. El egoísmo, la avaricia, la soberbia son innatas en nosotros. Lo difícil es no caer en lo que tú llamas tentaciones, que no son mas que instintos. De esa manera tú te quedas sin nada que hacer y te aburres.
-Precisamente mi trabajo consiste en que pienses eso -dijo soltando una bocanada de humo negro como la nada y volviendo a dar una chupada a su puro.
-Una justificación barata. Si ese es tú trabajo, no das un palo al agua en todo el día. ¡Ves como te pareces a nosotros!
-¡Maldita sea! -gritó poniéndose aun más rojo de ira y bajando cinco o seis octavas su voz- ¡¿NO TE DAS CUENTA DE QUE SI ESTÁS TAN CONVENCIDO DE ELLO ES PORQUE LO QUE HAGO, LO HAGO MUY BIEN?!
-Claro... llevas el trabajo muy avanzado y por eso te tiras todo el día dándome por culo.
-Estás jugando con fuego, chaval...-el humo dejó de salir sólo de su boca y empezó a salir por sus orejas y por sus fosas nasales.
-Mira, hace tiempo que te tomamos la delantera; la especulación urbanística, las armas biológicas, las bombas nucleares, el efecto invernadero, la prensa rosa, la burocracia, los jueces, la política... Dime. ¿qué tienes tú que ver en todo eso?
-YO SOY LA RAÍZ DEL MAL.
-Pero si nada de esto surge del mal- dije riendo-. Todo esto surge con las mejores intenciones, lo que pasa que luego las cosa se tuercen.
-¿Y quién las tuerce?
-La naturaleza humana, el hambre de poder, la codicia.
-Mis pasatiempos preferidos.
-Deja de darte aires. Mientras estás aquí haciéndome perder el tiempo, miles de personas sufren toda clase de calamidades, y no eres tú el que susurra esas ideas en el oído de los torturadores. Tú te dedicas a fumar, beber e incordiar a la gente que tiene cosas que hacer, como yo.
-Reconoce al menos que lo hago con mucho arte.
-¿El qué? ¿Incordiarme? Me incordia mi madre, me incordian mis amigos, la guardia civil, el gobierno, la sanidad, los bancos, los sindicatos... Me incordian muchas personas y cosas de este mundo, y te aseguro que hay quién lo hace con muchísimo más arte que tú. Tú sólo me distraes, me haces perder el tiempo como... como una mosca... ¡Eso! Eres como una mosca muy gorda. Mira, hasta la iglesia me incordia y me amarga mucho más que tú.
-¡Mis mayores accionistas!
-Sí, si no fuera por ellos hace tiempo que te habríamos olvidado, o como mucho te tendríamos como un personaje de la mitología antigua.
-ME CAGO EN CRISTO- dijo y se esfumó.

Al día siguiente, leí en el periódico que un fanático se había inmolado en un mercado de Bagdad provocando más de cuarenta muertos y cientos de heridos. Leí sobre un tsunami que había arrasado la costa de algunas islas paradisíacas, con cientos de muertos y miles de desaparecidos como resultado. También leí algo acerca de que Bustamante había sacado otro disco. No sé si él había tenido algo que ver en alguna de estas desgracias, pues no había vuelto a venir por aquí, pero lo que si sé, es que si él se atribuye alguno de estos titulares no tiene porque ser verdad.

Sinceramente espero que vuelva, siempre es mejor tener al diablo molestando que a mi conciencia. ¿Quién se cree ella que es? Además, nunca oí nadie cagarse en Dios con tanto estilo como lo hacía él.

viernes, 11 de junio de 2010

Las 17:40

El reloj marcaba las seis menos veinte. Debía estar estropeado, porque hacía un buen rato marcaba las seis menos veintidós. Miré el reloj del ordenador y el de mi teléfono móvil. No podían estar todos igual estropeados. Realmente eran las seis menos viente. Este fenómeno, él de que el tiempo se estire cuando debería encogerse, es decir, cuando lo pasamos mal, y al revés, que el tiempo se encoja cuando debería estirarse, es decir, cuando lo pasamos bien, debería ser estudiado por la medicina. Acabaríamos con muchos de los sufrimientos mentales de la gente en todo el mundo si lo solucionáramos.

A mi esto me pasaba siempre al final de mi jornada laboral. Cuanto más cerca estaba del final del día, más largo se me hacía. Mi jornada de trabajo al final era dos o tres horas más largas de lo que decía el reloj. Eso, sin contar que muchas veces después de una última media hora (que había sentido como dos o tres horas) mi jefe me liaba y me tenía que quedar más tiempo físico (no hablemos ya del tiempo psíquico). El maldito cabrón, esperaba al último momento, cuando estaba recogiendo, para hablarme de algo de máxima urgencia que me obligaba a echar más horas, cuando la última hora podía haber estado adelantando trabajo, es decir haciendo algo nada urgente. De hecho, muchas veces me lo decía cuando ya había apagado el ordenador. En mi psique, el tiempo que tardaba en arrancar el ordenador era toda un eternidad, dónde por mi mente daba tiempo a enumerar todos los insultos de la lengua española varias veces.

Cuando por fin llegaba el momento de salir, venía el mejor momento del día: El tren. Ahí leía y me evadía de todo el planeta, hasta de mi mismo, devorando las páginas y viviendo con intensidad sus historias. Ese momento, el más placentero del día, se me pasaba como un breve suspiro, a pesar de que tardaba alrededor de hora y media a llegar a mi casa.

Luego llegaría a mi casa, dónde me esperaba mi mujer. ¿Qué decir de mi mujer? Pues que era una pesada, que hablaba demasiado y nunca lo hacía de algo interesante. El tiempo que pasaba con ella, que no era mucho, se hacía eterno. Hacer la compra, preparar la cena, ir al cine, cualquier cosa que hiciéramos juntos era un paseo interminable por un sendero lleno de ramas que te atizaban por arriba y cardos borriqueros que te pinchaban por abajo. Hasta el sexo se hacía insufrible. La única manera de llegar al orgasmo, era recordando esas veces en las que me acosté con alguna chica que me gustaba mucho, y de tanto que me gustaba, no aguantaba mucho tiempo precisamente. Si con ellas ese tiempo que aguantaba era escaso, en mi mente era aun menos. Eso sí, la vergüenza que pasaba después, hasta que ellas se iban (y no solían tardar mucho en huir) era larguísima. Bueno, pues con mi mujer el sexo era eterno, o eso me parecía, a pesar de que lo hacíamos de mucho en mucho, y yo llegaba al coito con... con los testículos llenos de "amor", por decirlo de manera elegante. Me aburría ella, me aburría su conversación y no podía sacarme sus punzantes comentarios de mi cabeza ni cuando fornicábamos.

Después llegaría el segundo mejor momento del día (que irónicamente era de noche), la cama. Me refiero a la cama con el objeto de dormir digo. El momento del sueño, siempre y cuando no irrumpieran en él terroríficas vaginas conyugales, amenazadoras voces grabadas que anunciaban el final de trayecto, o inoportunas urgencias laborales, salvo que alguna de estas recurrentes visiones irrumpieran transformando el sueño en pesadilla, este era el segundo mejor momento del día, y por lógica, el segundo más corto. A veces tenía la sensación de haber cerrado los ojos tan sólo unos segundos cuando el despertador sonaba, y me transportaba, de la manera más drástica, del segundo mejor momento del día a posiblemente el peor.

Es curioso, y a mismo tiempo frustrante, que los mejores momentos del día sean en los que menos consciencia tengo. También es curioso y puñetero a su vez, como percivimos el tiempo. ¿Cómo algo tan medido, y sobre lo que se sustenta el frenético ritmo de vida que llevamos, podía ser tan subjetivo? En fin...

Volví a mirar el reloj y eran las seis menos dieciocho. Aún quedaban dieciocho minutos (largos como días), mil ochenta segundos (largos como horas), para salir del trabajo y disfrutar durante noventa minutos (cortos como segundos) del evasivo placer de la lectura.

viernes, 4 de junio de 2010

Arte, éxito y carne picada.

La multitud rugía en el polideportivo. Sus gritos rebotaban en las metálica estructura que formaba el pabellón cubierto, y con ese color brillante chillón con el que metal tiñe el sonido, el nombre de su esperado ídolo llegaba de sus bocas hasta el oído del aludido que se preparaba en el camerino.

-¡Marioooo Velaaarde! -gritaban acompañando con las clásicas cinco palmas.

Mario se miró al espejo y se preguntó que hacía él ahí. Tenía suerte de poder vivir de la música, es lo que siempre había querido. Él quería vivir de la música, sí. Pero no quería estar ahí.

-¡Mario! Vamos, que los tienes en el bote sin haber salido -dijo Luis, su representante al pasar por la puerta de su camerino.

Mario forzó una sonrisa y se levantó para cerrar la puerta que su representante había dejado abierta. Después volvió para seguir con sus pensamientos delante del espejo. Definitivamente, no tenía ninguna gana de estar ahí.

Todo empezó hacía cuatro años. Estaba grabando su segundo disco, del que esperaba mejor acogida que el primero. El primero había funcionado bien, lo suficiente como para grabar un segundo. Tenía un montón de buenas canciones, y algunas, creía, tenían todo lo necesario para convertirse en éxitos. Estaba orgulloso de hacer lo que quería, tan sólo ciñéndose a las pequeñas exigencias que le "imponía" la discográfica. Realmente no se las imponían, Mario las aceptaba para poderse negar a transigir con las que realmente le parecían distorsionadoras de su estilo. Bueno, pues inmerso en la grabación del disco, se le ocurrió una cancioncilla, que podría dar un toque divertido al álbum y oxigenar los oídos del oyente. Darle un punto de descanso antes de seguir desentramando su poesía y sus melodías. Era un tema simplón y fácil de escuchar, con una melodía divertida y pegajosa. Se lo propuso a la discográfica y, aunque al principio se mostraron reacios a incluir un tema de última hora, al final aceptaron y la canción se grabó.
Mario, convencido de que tenía un disco redondo entre manos, hizo su propuesta para los singles del disco. La discográfica teniendo en cuenta sus propuestas y después de haber oído el disco, dijo que quizás después, pero que el single tenía que ser "Por la mañana", precisamente el tema simplón y que había hecho sólo para redondear el disco. Para Mario, ese tema sólo, sin el resto de los temas del disco, no tenía ningún sentido. Él se opuso, pero la discográfica, alegando que esperaban vender más copias que del disco anterior, con el que habían perdido dinero, dijeron que esa era la canción que más discos vendería. Mario, resignado, aceptó. Después de todo seguía siendo una canción suya y si vendía más discos con ella... pues mejor, ¿no?

"Por la mañana" se convirtió en número uno, y no sólo en España, sino también en América latina. De la noche a la mañana se había hecho famoso y todo gracias a ese tema tonto, plano y vacío. Pensó que ya se olvidarían de él, que por lógica, otra de sus canciones acabaría imponiéndose por encima de "Por la mañana". Pero no fue así.
Tres discos después la gente no la había olvidad. Ni mucho menos. Cada vez que hablaban de él en la tele, ambientaban el reportaje con esa canción, también sonaban otras pero esa era la que nunca faltaba. En sus conciertos la pedían sin descanso, y él se veía obligado a tocarla. De hecho en esos momentos, le llegaba el metálico sonido del publico tarareando su melodía.
Luis entró sin llamar, como siempre. Eso a Mario le ponía de los nervios.

-¿Estás preparado? -preguntó.
-Creo que sí.
-¿Cómo que crees? lo estás o no lo estás.
-No lo sé... -respondió Mario.
-¿Te pasa algo?
-No voy a poder hacerlo.
-¿Él qué?
-Tocarla otra vez.
-¿Ya estás otra vez con eso?
-Joder. Odio esa puta canción. Cada vez más -dijo Mario a la defensiva.
-Mira Mario -dijo Luis pasándose la mano por la cabeza- lo hemos hablado mil veces. Tienes que hacerlo. Además, no dura ni tres minutos. ¿Qué son tres minutos en una actuación de casi tres horas?
-¿Te puedo meter esto por el culo durante tres minutos? -dijo Mario enseñándole el mástil de su guitarra acústica.- Serían sólo tres minutos, después te puedes follar a quién quieras.
-No compares.
-Si comparo. Igual tú no lo entiendes, pero no quiero ser recordado por esa puta cancioncilla.
-Le debes mucho a esa cancioncilla -respondió Luis.
-¿Todo lo demás que he hecho no cuenta? Mi primera guitarra me la compré trabajando en un Mcdonlads, y tengo la seguridad que mi carrera no le debe nada a McDonalds.
-La gente no te pide hamburguesas cuando van a tus conciertos.
-La gente no tiene ni puta idea. Tendría mas gracia que me pidieran hamburguesas. Sería una broma de dudoso gusto, pero sería mejor que pedir a gritos "por la mañana", que es una canción de pésimo gusto.
-Esa gente es la que te da de comer.
-No, McDonalds me daba de comer. Esa gente me paga el chalet, el coche y la piscina.
-Pues mejor ¿no?
-Me conformaría con que me diesen para comer y no tener que tocar esa canción.
-Te guste o no, es una canción tuya y la gente te la pide. Tú verás lo que haces. Que pareces un niño pequeño, joder.

Dicho esto Luis salió del camerino. Mario se quedó de nuevo mirándose en el espejo. Se levantó para cerrar la puerta, se encendió un cigarro y miró el reloj: Quedaban menos de cinco minutos.

Al final la melodía de "Por la mañana" sonó en la guitarra de Mario, y de su voz salió la letra. Su odio por esa canción era menor que el miedo al odio del público. Para presentar la canción dijo: "¿Os gustan las hamburguesas?" El público, en general, no supo que responder, pero se unió al grito de los más motivados: "¡Sí!!!"

-Pues tomad hamburguesas -dijo Mario antes de empezar con las primeras notas de su odiada canción.

martes, 25 de mayo de 2010

Epitafio de Ernesto Faltante

Llegué a mi casa totalmente desolado. Desolado y agotado, pues después de ir al hospital y recibir la nefasta noticia de la muerte de mi amigo Ernesto, tuve que prestar declaración ante la policía. No sé si me consideran sospechoso de su muerte, pero no me extrañaría, pues tras la muerte de un artista las ventas de sus obras se disparan, y el único beneficiario tras su muerte era yo, debido a que la editorial de sus libros era de Ernesto y mía. Y él, lamentablemente, estaba muerto.
La policía me había hecho millones de preguntas. Algunas no podía responderlas, pues no sabía la respuesta, al menos con certeza.
Estaba repasando el interrogatorio intentando recordar algo que no les hubiera dicho, pues tenían intención de volver a llamarme al día siguiente. Me entró la risa floja, tal vez porqué no me quedaban lágrimas, recordando algunas de las preguntas policiales más audaces:
"¿Sabe si tenía enemigos reconocidos? ¿Había sufrido amenazas? ¿Sabe de alguien que pudiera estar desando su muerte, o planeando un atentado contra él?"

Pasando de la risa al llanto, intenté concentrarme en otra cosa con intención de dormir al menos un par de horas. Al día siguiente me esperaría un día igual de duro, o quizá más, pues sería mas consciente de lo ocurrido. Para este propósito la televisión no era buena idea, pues seguramente estarían hablando de la catastrófica muerte del poeta. No tenía la prensa, aunque tampoco sería de gran ayuda. También iba ser incapaz de concentrarme en la lectura de algún libro. Me puse un whisky doble y cogí el correo. "Un clavo saca otro clavo" pensé, y ¿qué mejor clavo que unas buenas facturas? Pasando los sobres en busca del clavo más gordo, me detuve en un sobre con el remite escrito a mano, sin sello, ni señal ninguna de haber pasado por correos. El remitente era ni más ni menos que Ernesto Faltante, y debajo del nombre ponía en letras grandes:

"No abrir hasta después de mi muerte."

Evidentemente, esto sólo podía significar una cosa: Ernesto había planificado su muerte, sino ¿por qué estaba esta carta en mi buzón, justo después de que él muriera? Había montado todo el numerito con intención de falsear su último y grandioso espectáculo: El regreso del artista después de más de un año desaparecido, y su trágica muerte a manos de un desconocido ante la atónita mirada de miles de personas. ¿No era esto demasiado retorcido, incluso para el retorcido Ernesto?
La carta decía así:

Andrés,
Supongo que si estás leyendo esto, es porque estoy muerto. Si no es así, guarda ahora mismo esta carta en el sobre y haz el favor de respetar mi deseo.

En primer lugar, me veo en la obligación de ser sincero pues al estar muerto, ya no necesito mi careta.
Nunca te creí imprescindible para realizar ninguna de las actividades a las que me he dedicado. Como comprobaste en la gira asiática, tanto con el nuevo representante, como luego en solitario, me defiendo bastante bien sin ayuda de nadie haciendo de niñera. Si te acepté como representante, fue porque cuando nos conocimos me causaste una buena impresión, y poco a poco vi, no sólo que podía confiar en ti, sino que entendías y comprendías todo lo que yo hacía, independientemente de que estuvieras de acuerdo o no con los procedimientos. Al principio pensé que lo hacías sólo por el dinero, luego pensé que realmente creías en mi poesía, pero luego me di cuenta de que te divertía tanto como a mí reirte de la gente manipulándola y confundiéndola. Como hacen todos los artistas, sólo que teniendo consciencia total de que el mono de circo es uno mismo. Un mono de circo experimentando con monos de laboratorio.
Tu compañía me era muy grata, pues solamente contigo me sentía comprendido. Solamente en ti vi un auténtico cómplice. Te doy las gracias por ello.

En cuanto a mi funeral, deseo que tú oficies la ceremonia. Seguramente debido a mi fama, muchos querrán participar en ella. Déjales que hagan lo que quieran. Mi único deseo en cuanto a eso, es que tú leas el folio que te adjunto a esta carta, y que seas el primero en hablar. Una vez hayas leído esto en público, como si quieren hacer una misa en mi honor. Ellos sabrán.
Esta vez tu serás el orador que provoque las odios y los amores del público. Esta vez tú serás la voz del poeta.

Por último, también te adjunto mi testamento. Te lo confío a ti pues no tengo familiares directos, y tú eres lo más parecido a un hermano que he tenido nunca.

Un abrazo muy fuerte.

Tu amigo y hermano,
Ernesto Faltante.

No podía creer lo que estaba leyendo. O Ernesto sospechaba que lo iban a matar, o planeó su asesinato el mismo. Casi sin lugar a dudas él lo había planeado todo pero; ¿y si realmente era una coincidencia? ¿Y si esto no era más que una broma macabra del destino? Nunca podría saber a ciencia cierta la verdad, pero si utilizaba la engañosa razón del corazón, era más que evidente.

El testamento era claro: No tenía familiares cercanos vivos; ni padres, ni hermanos, ni mujer, ni hijos. Me dejaba su parte de la empresa con todos los derechos de su obra. Su cuerpo lo donaba a la ciencia médica. Su casa y todo su dinero, se los dejaba a un vagabundo que vivía en los alrededores de su casa, con la única condición de que pusiera una placa en la fachada de la casa con la inscripción:

"Aquí vivió Ernesto Faltante.
Agitador, payaso, provocador
y conocedor de la naturaleza
humana. Que el eco de la humanidad
en el universo lo recuerde como era;
un cabrón."

En cuanto a su funeral Ernesto no se equivocaba, muchos querían participar. Pero seguramente la repercusión de la ceremonia superaba todas sus expectativas. Querían hacerle un entierro de estado, como héroe de las letras españolas. Todos, absolutamente todos, querían estar en la foto de la emotiva despedida de el último gran escritor de la literatura universal. Y más aun, habiendo muerto este, a manos de un lunático, un extremista (fascista o comunista, según la versión), un antidemócrata, que quiso callar la voz de la más honesta pluma de nuestras letras.

El día señalado había representación del gobierno, de la oposición, de la casa real, de numerosas embajadas, de los sindicatos, de la prensa, y de todo aquel que pudiera representar algo en este sistema.

Yo, con un nudo en la garganta, comencé a leer el escrito de Ernesto.

-Estimado público, -carraspeé- quiero pediros perdón. Nunca me he considerado un gran poeta. De hecho, nunca he sido un gran poeta, ni siquiera he sido buen poeta. Pero vosotros sí lo habéis creído, y por eso quiero pediros perdón; porque os he engañado. Os he hecho creer que soy un gran poeta, un buen literato. Es más, os he hecho creer que soy uno de los mejores.

Que nadie piense que lo digo por humildad, porque este escrito no tiene nada de humilde. Tampoco creáis que lo hago para exculparme, porque este escrito no tiene nada de arrepentimiento. Solo quiero que lo sepáis; he jugado con vosotros, y os habéis dejado. Os he hecho odiar, amar, discutir, incluso algunos hasta habéis llegado a las manos. Intelectuales pegándose creyendo saber bien porque. Os he hecho sentir, que es una acción que rara vez nos permitimos. Para mí eso es el arte: Un engaño o artificio que te hace importar emociones y sentirlas como tuyas. ¿Qué importa la poesía? Solo era una escusa para jugar con vuestras emociones y sacaros de vuestra cárcel de mediocridad para dierais un corto paseo por el parque de las emociones.

Estoy muerto y aprovecho para deciros: Me he reído de vosotros. Ahora podéis quemar mis libros, las reseñas literarias que me han dedicado y los vídeos de mis giras y entrevistas. Podéis hacer que no quede ningún vestigio de mis poemas, me da lo mismo. Sólo espero que la generaciones futuras vean la foto de hoy y piensen riendo: Pringados.
Esa es mi obra. Ese ha sido mi arte.

Hoy habéis venido todos aquí vestidos de negro. Habéis venido a guardarme luto para sentiros bien con vosotros mismos y que los demás piensen: "Mira que buena persona es." Pues yo os digo: Hipócritas, no derraméis lágrimas de cocodrilo en mi tumba. No digáis lo bueno que era, porque ni lo pensáis, ni lo era realmente. Fui un cabrón, y lo sigo siendo después de muerto. Lo mismo que vosotros.

Sin más, me despido de vosotros con el corazón, el dedo corazón erecto y regio sobre los demás dedos, apuntando al cielo.

El gesto me lo ahorré.
Me quedé mirando al numeroso público. En un primer momento, viendo el desconcierto de la audiencia, sentí vergüenza. Con las primeras reacciones claras del público (abucheos, gritos e insultos de indignación ante la falta de cortesía del fallecido) sentí temor. Pero después, algunos de los asistentes entendieron que esto era otro espectáculo de Ernesto, no era más que la continuación de su obra, y comenzaron a aplaudir y a vitorearme. Entonces, tuve una sensación extraña, como si me elevara y viera la tierra desde lejos. De repente veía a toda esta gente como ridículas hormigas, y no sólo eso, me vi a mi mismo dentro del propio circo de minúsculos insectos. Estaba por encima de todo, incluso de mi mismo, viendo todo desde el espacio exterior, desde una distancia insalvable. Comprendí entonces, que estaba contemplando lo que Ernesto llamaba "el eco de la humanidad en el universo si el sonido se propagara en el espacio".
Ernesto creyó que yo le había comprendido y, aunque posiblemente fui él que más se acercó a entender su obra, realmente no la entendí por completo hasta este preciso instante. Deseé por primera vez que hubiera un cielo, metafísicamente hablando, y que Ernesto estuviera viéndonos desde él y regocijándose con su creación.

viernes, 21 de mayo de 2010

Trilogía de Ernesto Faltante. Cap. 3

La poesía era lo de menos.

Me establecí cómodamente en Madrid, y me embarqué en varios negocios, por puro aburrimiento. El dinero que amasé representando a Ernesto Faltante me daba una tranquilidad melancólica. La paz que tanto había anhelado me satisfizo, pero sólo unos meses. Al poco tiempo, la paz se transformó en aburrimiento, y la tranquilidad en desidia. Después de varios años de viaje, nervios y adrenalina, la frenética actividad de la ciudad me recordaba a la tristeza de un pueblo moribundo. Al final, el negocio que más me llenaba de todos los que emprendí (si es que "llenar" fuera la palabra adecuada), fue una librería. Y con los años me doy cuenta de que la razón era que añoraba a Ernesto y la locura que generaba a su alrededor.

Desde mi isla de melancolía, seguía la gira de Ernesto por el continente asiático. Estaba arrasando. En Japón, el recibimiento había sido espectacular; en el mismo aeropuerto, ya había miles de admiradores esperándole. Como todos los que triunfan en occidente, independientemente de que sean buenos o no, en Asia, Ernesto era considerado casi un dios. Me arrepentí de no haber ido, e imaginaba que Ernesto no debía estar muy contento, porque en contra de lo que había sucedido hasta ahora, en Asia la mayoría eran los proernestistas. Un recital de Ernesto Faltante en Asia, era como un concierto de los Beatles; millones de adolescentes chillando, desmayos, lloros, ataques de nervios... Debía estar ganando mucho dinero. El problema era que él no hacía esto por el dinero.

Una vez llamó por teléfono, aunque no pudimos hablar mucho.

-¿Cómo está marchando todo? -pregunté.
-No va mal - dijo, pero no quería hablar de él mismo-. ¿Y tú? ¿Te aburres mucho sin mí?
-Un poco. He montado una librería. Tus libros mantienen el negocio -bromeé-. ¿Qué tal con el nuevo representante?
-Le he despedido. No entendía nada de lo hago. Ayer se le ocurrió conceder una entrevista triunfalista para una emisora española, y además sin mi permiso.
-Si, algo oí- mentí. La había oído de principio a fin.
-Pues eso. Le he despedido. Oye, te tengo que dejar, que ha llegado el profesor y sólo me quedan dos días para aprender a recitar en chino. Adiós.
-Seguro que no tienes problem...- ya había colgado.

Había oído la entrevista, que se había anunciado a bombo y platillo. Los medios españoles seguían la gira al detalle y ahora hablaban de él como un héroe nacional que se dedicaba a extender la lengua y la cultura española por el mundo. Los mismos que antes usaban su pluma como una navaja con la que intentaban cortarle el cuello, ahora la usaban para dibujar alas y aureola de santo, en todos sus retratos. A pesar de que estaban demostrando que la hipocresía de la que les acusaba Ernesto era cierta, creo que a Ernesto no le complacería nada. Esto no era lo que él quería.

Cuando la gira terminó intenté hablar con él, pero no hubo manera de localizarlo. Había desaparecido literalmente. Tengo la seguridad de que al temerse una llegada triunfal, con desfile, fuegos artificiales y serpentinas, al más puro estilo americano, Ernesto había decidido no volver.
Llegué a contratar a un detective privado para que lo localizara. No quería hacerle volver, sólo quería saber que estaba bien, pero se lo había tragado la tierra. Me consolaba pensar que había encontrado la paz en algún lugar recóndito, alejado de toda humanidad, rodeado de bestias sin disfraz y de la más honesta y salvaje naturaleza.

Un día el teléfono sonó sacándome de mi intranquilo sueño. Eran las tres de la madrugada.

-Quiero organizar un recital en Madrid y necesito tener al mando al mejor.
-¡¿Ernesto?! ¡¿Eres tú!? -grité saliendo de mi sopor y entrando en mi sorpresa.
-El mismo. Siento haberte despertado.
-¡No te preocupes! ¡Qué alegría saber de ti! ¡¿Dónde has estado?!
-Aclarando mis ideas.
-¿Estás bien?
-Si te refieres a si he conseguido mi objetivo: Sí, he aclarado mis ideas.
-He intentado localizarte.
-Lo sé -dijo dando por zanjado el tema-. Pero eso no es lo importante ahora. Quiero recitar. Quiero hacerlo dónde empecé, en Madrid. Y quiero que lo organice mi representante. ¿Estás dispuesto?
-Por supuesto que sí -respondí con la voz llena de la esperanza que me insuflaba ver la luz del caos al final del tedioso túnel del orden.
-Mañana te llamo entonces -dijo y dudó unos segundos-. Se te echó de menos en Asia.
-Debería haber ido -respondí agradecido-. Hasta mañana.

Me fue imposible volver a dormir. La alegría y la emoción de volver a embarcarme en el remolino de emociones de Ernesto, me lo impidieron. Durante los días siguientes, hasta la esperado retorno del poeta, creo que tampoco dormí mucho. De todas formas, la energía no me faltó. Sabía que había echado de menos ese trabajo, pero no me había dado cuenta de cuánto hasta ese momento.

La noticia del esperado regreso de Ernesto Faltante, copó los medios sin necesidad de hacer nada extraordinario. Las salas llamaban a nuestra puerta. Hasta hubo algún "iluminado", que aseguró que el recital sería en alguno de los estadios de la ciudad. El clima era de expectación total. Decidimos hacerlo en una sala recogida, pero con un buen aforo.

Ernesto no parecía el mismo; estaba nervioso, descentrado. A veces, yo tenía que elevar la voz un poco más de lo normal, para sacarle de sus ensoñaciones. Yo lo achacaba a que el clima de aceptación y alegría por su regreso, no eran de su agrado. Si después de actuar en Asia y ser aclamado, había tenido que desaparecer más de un año, no sé que tendría que hacer si en su ciudad natal, dónde más se le había vilipendiado, se le recibía con los brazos abiertos y las bocas llenas de cumplidos. Pero para mi sorpresa, después de haber ido a más en su introversión durante los preparativos de su gran reaparición ante el público, el mismo día de la actuación, estaba pletórico. Reía, bromeaba y estaba mas excitado de lo que nunca le había visto. Definitivamente, no era el mismo. La concentración, el sosiego, y la seriedad (esto no le había impedido tener un sentido del humor exquisito) que le caracterizaban, se los había dejado en algún lugar cerca de su retiro temporal. Yo estaba preocupado y unos minutos antes de que saliera a escena, me acerqué a su camerino a charlar un rato con él y, cuando me abrió la puerta, ahí estaba de nuevo: Delante de mí volvía a estar Ernesto Faltante.

Hablamos los pocos minutos que faltaban para empezar, y mi corazón se llenó de esa calma excitada que se tiene al empezar algo importante con los deberes bien hechos.

-Llegó el momento -dije.
-Vamos a darles su merecido -dijo Ernesto.

Salió a escena y el publicó le recibió con un voluminoso aplauso. Me resultó extraño verle entre tanto alago, pero Ernesto me recordaba dónde estaba. Aunque "el eco de la humanidad en el universo" no estaba en la sala, su actitud seguía inalterable. Miró al público con desprecio renovado por los aplausos, y vomitó el título del primer poema.

-"Hijos de la grandísima puta" -dijo-. Este poema se lo quiero dedicar todos los que han asistido a mi regreso a la ciudad que me vio recitar por primera vez.

La gente correspondió la dedicatoria con otro aplauso. Ernesto les mandó callar y empezó con el poema, que como su propio nombre hacía pensar, era una ristra de insultos y vejaciones al público. Era un manifiesto contra la hipocresía de los aplausos que estaba recibiendo. El punto final del poema, lo puso el público con una ovación digna del mejor tenor del mundo.

El recital continuó en la misma línea; Ernesto insultaba al público y este le aplaudía. El espectáculo era lamentable; algo más de mil quinientas personas, sonriendo y aplaudiendo a un orador enfurecido escupiéndoles todo su ingenio en forma de insultos. Algunos, hasta reían alguno de los insultos mas ingeniosos. Jamás había visto a Ernesto tan enfurecido. A veces llegaba incluso a elevar la voz, llegando casi al grito, para dar mayor fuerza a sus insultos. Me temí lo peor. Me dije a mi mismo que no volvería a ver a Ernesto después de esto.

-"Crucificado."-tituló Ernesto.

"Tres clavos tiene mi cruz:
Vuestro antifaz de sonrisa,
vuestra incongruente voz
y vuestro cariño comprado[...]"

El recital llegaba a su final y el público estaba encantado. Yo ya estaba pensando que le diría a Ernesto como despedida, cuando empezó a entonar los últimos versos.

"[...]Ojalá me llevara por fin la muerte,
para no tener que oír más vuestras idioteces,
no ver más vuestras hipócritas sonrisas,
no sentir más el sofocante calor que desprendéis.
Me bastaría con que me reventaran los oídos,
me arrancasen los ojos y me despellejasen vivo,
pero sería mas sencillo que me llevara la muerte.
Ójala me llevara de una vez la muerte,
para no tener que sufriros más."

Al decir esta última frase abrió los brazos como si estuviera crucificado y alguien entre el público gritó.

-¡Sus deseos son ordenes señor Faltante!

Se oyeron varios disparos, por lo menos cinco, y tres de ellos impactaron en el torso de Ernesto. Este cayó al suelo y el público por fin se comportó como debía hacerlo en un recital del gran Ernesto Faltante; con gran disparidad en sus reacciones.
Unos chillaron horrorizados, otros, pensando que formaba parte del espectáculo, aplaudieron extasiados, y otros empezaron a insultar a Ernesto, pensando que era una broma macabra del poeta. Lamentablemente, eso no era así.

El pistolero logró escapar en medio de la confusión. La confusa histeria del público hizo que algunos acabaran a puñetazo limpio. Otros creían ver pistolas por todas partes y al alertar de ello, provocaban avalanchas humanas. Afortunadamente nadie murió en la locura, aunque muchos salieron heridos. Ernesto tampoco murió en la sala, pero no llegó vivo al hospital.

jueves, 20 de mayo de 2010

Trilogía de Ernesto Faltante. Cap. 2

Ernesto, yo y el eco de la humanidad en el universo.

Ernesto era alto, con el pelo bien peinado pero sin peinar. Parecía sucio pero se veía limpio. Solía llevar un abrigo largo y negro de algodón, con pequeñas motitas blancas que hacían pensar a primera vista que tenía los hombros cubiertos de caspa. Tenía una imagen ambigua. Era clásica y moderna, recatada y descarada, que hacía dudar al más seguro. Respondía siempre con la frase idónea para desarmar a su interlocutor. En las pocas entrevistas que concedíamos, solía desconcertar por completo al periodista, y cuando al pobre plumilla le fallaban los nervios y cometía algún error, Ernesto se hacía el ofendido y yo tenía que terminar la entrevista por él. La prensa le trataba fatal, pero la prensa habla poco y bien de lo que le agrada, y mucho y muy mal de lo que la desprecia. Era un genio haciendo enemigos, y esa era su mejor baza.

Si tengo que contar toda la verdad sobre mis vivencias con Ernesto Faltante, me veo en la obligación de reconocer que su actitud de superioridad y desprecio hacia todos los demás, a mi parecer, sólo era una pose. En la intimidad era amable y educado, e hicimos migas enseguida. Siempre tenía una sonrisa, y conseguía sosegarme cuando me podían los nervios que, siendo su representante, era bastante a menudo. De hecho, creo que jamás le vi realmente enfadado. El carácter déspota y desagradable, del que todo el mundo hablaba, no era real. Yo solía recordárselo con intención de vacilarle, pero Ernesto no entraba al trapo fácilmente.

-La sinceridad la dejo para la poesía -respondía-. Para la vida real es necesario ocultarse detrás de una máscara. Si te dijera lo que realmente pienso de ti, no querrías ser mi amigo.

Desde el primer momento quise etiquetar su poesía, pero él se negaba. Yo siempre le decía que era mejor ponerse uno mismo la etiqueta, antes de que lo hiciera cualquier periodista con delirios de grandeza.

-Pues que lo haga -decía.
-Pero ¿y si el nombre no es correcto, o no resulta comercialmente viable?
-Entonces filtraremos otra etiqueta igual de incorrecta a mis seguidores. Así les daremos a todos más razones para discutir.

En eso, como en casi todo, tenía razón. La polémica que generaba alrededor de su obra y su persona era la clave de su éxito. Cuánto más polémica era una actuación o un verso, más se vendían sus libros y más gente acudía a sus recitales. Él lo sabía y lo explotaba. A veces en sus recitales, que eran auténticos espectáculos, utilizaba expresiones incorrectas, o pronunciaba mal algunas palabras deliberadamente, con la intención de alimentar las brasas del odio de sus enemigos. De hecho, esos "enemigos" formaban sin pretenderlo, una parte imprescindible del espectáculo (más aun que los propios poemas).
Cuando íbamos a una ciudad por primera vez, solíamos montar una firma de libros dónde calibrábamos el nivel de odio hacía el poeta. Si iba gente a protestar a la firma, no hacíamos nada extraordinario por alimentar este odio. Si la firma trascurría sin incidentes, pagábamos a dos o tres individuos para que fueran a protestar contra el poeta en la primera actuación. Estos calentaban al resto de asistentes y se montaban discusiones y trifulcas. Las noches siguientes, se agotaban las entradas. Esta idea no era mía, yo sólo la perfeccioné. Ernesto me comentó al poco de conocernos, que había hecho esto mismo en sus primeros recitales en Madrid.

Hicimos mucho dinero durante esos años. Recorrimos innumerables ciudades españolas y después montamos una gira latinoamericana, que fue un éxito rotundo. Cuándo volvimos a España me dí cuenta de que la ambición de Ernesto era mucho mayor a la mía.

-Quiero hacer una gira europea.
-Los libros no se venden mal en Europa, pero si quieres te concertamos un par de entrevistas y alguna firma de libros -propuse.
-No hablo de una gira promocional. Quiero recitar.
-No creo que una gira de recitales en español por Europa sea un buen negocio.
-No recitaré en español -replicó Ernesto con toda la seguridad de la que disponía, que era mucha.

La gira europea, que a mi me parecía una auténtica locura en un primer momento, y creo que no llegué a relajarme en todo lo que duró, que fue mucho; fue todo un éxito.
Llegábamos a las ciudades una semana antes de las actuaciones. Yo preparaba el clima de las actuaciones concediendo entrevistas y caldeando el ambiente, mientras Ernesto, con ayuda un profesor del idioma local, se encerraba en el hotel toda la semana, preparando sus recitales en alguna lengua que jamás había hablado, y casi ni oído. Pero Ernesto resultó tener un oído privilegiado para la lengua. En los recitales europeos, además de las críticas y alabanzas que eran habituales en los países de habla española, algo era distinto: Todos destacaban lo correcto de su dicción. De hecho, la polémica muchas veces saltaba, porque muchos no creían que fuera Ernesto Falsante, sino un imitador con conocimiento de la lengua, puesto por el propio Ernesto.

Era como una estrella del rock. Las chicas le adoraban, pues ciertamente era atractivo, y forraban las carpetas con sus fotos. Los chicos lo admiraban e imitaban, pues era rico, famoso y destilaba carisma por todos sus poros. Las asociaciones ultrareligiosas lo demonizaban y los medios de comunicación no hacían mas que hablar de sus escándalos. Escándalos que normalmente protagonizaba el público de sus actuaciones, y no él mismo. En realidad, era mucho más rentable que una estrella del rock por varias razones:

  • En primer lugar, editar los libros de poesías era realmente barato, al contrario que las superproducciones de las estrellas del rock.
  • Como segunda razón, en sus actuaciones no era necesario contratar luces, pirotecnia, músicos, bailarinas, escenografía, técnicos y toda la parafernalia. Se bastaba él mismo, con un micro y unos altavoces.
  • Y por último, no actuaba como un divo mal criado y se conformaba con cualquier cosa, siempre que no afectara a su espectáculo.

Ni que decir tiene, que en sus giras, no todo eran éxitos y risas. Nos enfrentamos a muchos problemas y momentos realmente tensos. Me sorprendía (nunca dejó de hacerlo) como Ernesto conservaba la calma en todo momento. Siempre viajábamos con escolta, pues el mundo es un lugar llenos de fanáticos, y Ernesto era un imán para sus obsesiones. Muchas veces las autoridades locales, intentando que no actuáramos, nos ponían toda clase de impedimentos y trabas: Lentitud con los visados, controles aduaneros, controles policiales, cacheos, registros en el hotel... A Ernesto, esto le complacía, pues eso significaba que el viaje sería un éxito. Pero a mí muchas veces, me entraban ganas de tirar la toalla. Era muy frustrante estar siempre discutiendo y luchando a cada momento con personas muy poco razonables. Además, era a mí a quién le tocaba dar la cara en esos momentos, aunque he de reconocer, que cuando a mi me superaba la situación, Ernesto tomaba las riendas, y lo hacía francamente bien.

Una vez en Bogotá, Ernesto desapareció. Mienstras él iba al hotel, yo me había quedado en la sala después de la actuación, haciendo mejoras en la seguridad de la actuación del día siguiente, pues esa noche la cosa había estado a punto de desmadrarse y acabar en tragedia. Cuando llegué al hotel, Ernesto no estaba ahí. Esperé un rato y, temiéndome lo peor, llamé a la policía. Pero no me hicieron mucho caso. Habían estado fastidiando desde que llegamos a la ciudad, y los mismos que sólo pretendían complicarnos la estancia, tampoco nos iban a ayudar cuando las cosas se torcieran. Empezaba a pensar que habían sido los propios agentes de la ley los responsables de su desaparición. Y estaba convencido de que todo esto era culpa de una de las ideas de Ernesto: Meter un señuelo en el coche "oficial", pedir un taxi, e ir sólo al hotel por la puerta de atrás. No me parecía buena idea, pero como de costumbre no me hizo caso.
A eso de las seis de la mañana, cuando casi estaba cojiendo el teléfono para llamar a la embajada, la puerta del hotel se abrió y aparecio Ernesto, borracho como una cuba, arrastrado por dos maromos de tez oscura. Él se reía a carcajadas, y los maromos le reían la gracia. Tuve que esperar a que se marcharan, pues cuando me puse a abroncar a Ernesto, me amenazaron seriamente y no se marcharon hasta que se quedó dormido. Cuando se despertó, mas sereno, me contó que había sido raptado por una mafia colobiana, con intención de pedir un rescate. Cuando uno de los sicarios vió en su documentación quién era, le llevaron inmediatamente delante de su jefe, quien era un gran admirador del trabajo de Ernesto. Es más, le tenía como el ideólogo de su filosofía de vida.
Mientra yo no pegaba ojo y desesperaba en la habitación de hotel, Ernesto estaba en una fiesta en su honor, organizada por uno de los mayores criminales del planeta.

Evidentemente, esta es una de las anécdotas más "simpáticas". Tanto en América latina como en Europa, no solíamos irnos de las ciudades sin haber temido por nuestras vidas en algún momento; fanáticos armados, masas enfurecidas, e incluso amenazas de bomba.

Cuando finalizó la extensa gira europea y regresamos a España, yo me temía lo peor y me adelanté.

-Ernesto -dije-, no cuentes conmigo para la gira asiática.
-¿Estás seguro? Va a ser un gran negocio.
-Ya tengo mucho dinero -respondí agotado-. Pero gracias.

Ernesto se fué a triunfar en Asia y yo me quedé en Madrid, dedicándome a invertir parte de mi dinero en negocios mucho menos rentables, pero infinitamente mas tranquilos.

martes, 18 de mayo de 2010

Trilogia de Ernesto Faltante. Cap. 1

Cómo conocí a Ernesto Faltante.

-La gente que no aprecia mi arte, o bien tiene una deficiencia cultural seria, o carece de la sensibilidad necesaria para usar esa cultura correctamente -dijo desafiante a su audiencia.

La sala estaba llena. Algunos habían ido porque admiraban a Ernesto Faltante, pero la gran mayoría iban por puro odio. Ernesto era como un accidente de tráfico, en el que todo el mundo aminora la marcha para poder ver la desgracia, sin disfrutar de la visión, pero sin poder evitar mirarla, haciendo que los que van detrás tampoco puedan evitar aminorar para curiosear, después de haber insultado sonóramente a sus predecesores por hacerles ir más lento.
Los que le odiaban, intentaban tirar por tierra cualquier verso, por muy bueno que este fuera, y no perdían la ocasión de leerle o escucharle, para poder recargar la pólvora de sus argumentos contra él. Los pocos que le veneraban, defendían cualquier verso, por muy malo que este fuera, para hacer rabiar a los detractores. A ambos grupos, proernestistas y antiernestistas, les movía el mismo sentimiento; la envidia que les producía que él se atreviera a decir, sin ningún tipo de sonrojo, todas esas cosas que ellos mismos sentían y no tenían el arrojo suficiente de decir en voz alta. A mí, de momento, me movía el deber moral de ver con mis propios ojos antes de hacer ningún juicio, lo que comentaba toda la ciudad, incluso fuera de los círculos cultos; los recitales de poesía de Ernesto Faltante.
Honestamente, tengo que decir que más tarde, el mismo Ernesto me hizo ver que tan noble no era el motivo de mi presencia en la sala, pues en realidad fueron la curiosidad y la necesidad de unirme a uno de los dos grupos, las que me hicieron salir de casa esa noche.

-Poema de amor -escupió al público, y aprovechando una pausa valorativa, lo miró con desprecio, antes de empezar con el poema.

Te amo con todo mi corazón.
Este corazón que es tuyo.
Te amo con todo tu corazón.
Somos sólo uno.

Un amor sincero,
pues sólo deseo tu bien.
Un amor leal,
pues tu bien también es mío.
Un amor sin límite,
más que el de la muerte.
Un amor sin celos,
pues sé que nadie te ama,
ni te amará jamás
más de lo que lo hago yo.

Sólo lamento no poder mirar tus ojos,
no poder besar tus labios,
no poder besar tu sexo.
Sólo lamento que admiro tu belleza
tan sólo adulterada
a través del puto espejo.

Te amo con todo mi corazón.
Este corazón que es tuyo.
Este corazón con el que odio
a todos los que no sean yo.

La audiencia, que había guardado un silencio casi religioso durante el poema, estalló en una orgía de aullidos de aprobación e indignación. Vítores y abucheos se mezclaban, creando un sonido amorfo, que más tarde Ernesto llamó; "el eco de la humanidad en el universo, si en el espacio se propagara el sonido". Este sonido formaba, cómo él mismo confesó después, una parte del espectáculo tan importante como los propios poemas. Aunque sólo había que ver el gesto orgulloso del poeta ante la reacción provocada, para saber que todo era intencionado.

-La muerte os hará libres -dijo titulando así el siguiente poema, y haciendo callar a la masa embravecida, como si de un líder religioso se tratara.

Comenzó a recitar el poema, y yo empecé a analizar sus versos buscando la clave de su éxito.
Sin lugar a dudas, esa clave no estaba en la forma. No había musicalidad en la palabras, no utilizaba grandes recursos, y ni siquiera utilizaba un vocabulario muy variado o culto. Era crudo y directo, pero había muchos otros poetas así. de hecho, si nos centráramos sólo en la forma, podríamos decir que era un mal poeta. Sin lugar a dudas, ahí no estaba la llave de su éxito.
Debía estar en el fondo de los versos, en las ideas que expresaban. Era despiadadas, hirientes... dolorosas. Pero tampoco era eso lo que las hacía especiales. Lo que las hacía sobresalir por encima de las palabras de cualquier otro poeta u orador, era su sinceridad. Una sinceridad tan radical, que me cuesta reconocer incluso ahora. No eran sinceras sólo con su propia condición o creencias, sino con los principios innatos de los seres humanos en toda su amplitud. Eran los instintos de la bestia que todos tenemos dentro. Nuestro ego vomitado en forma de poema.

Al darme cuenta de esto, me percaté de lo exportable que era su poesía. Crearía las mismas reacciones de animadversión y empatía en cualquier rincón del planeta. Aquí había un negocio, y yo quería formar parte de él.

El dueño del local, un viejo amigo mío, me presentó a Ernesto esa misma noche. Tuve que esperar muchísimo tiempo. Al terminar el recital, el ambiente estaba al rojo vivo. Discusiones de alta graduación comenzaron entre los asistentes. Creo que si no es porque el número de seguidores de Ernesto era mucho menor, la cosa podía haber acabado en una batalla campal. Al ser pocos, tuvieron que salir corriendo por miedo a un linchamiento. Y al decir por la megafonía que Ernesto ya se había marchado, los encendidos detractores se apagaron, pagaron sus consumiciones y se marcharon. Dos horas después de terminar el recital Ernesto salió por fin del camerino para tomarse una copa con el dueño que, curiosamente, también era amigo suyo.
Me acerqué sin tapujos, sin esperar a que nos presentaran, y sin ningún tipo de adulación. Sabía que para entrar a un tipo así, la adulación, incluso la no fingida, solo haría que me perdiera el respeto.

-Señor Faltante, he visto su actuación y creo que tiene un buen negocio entre las manos. Si no tiene representante, le garantizo que conmigo llegará a lo más alto.
-¿Le han gustado mis poemas?- preguntó altivo.
-No tanto los poemas en sí, sino la actuación en general. Creo que la atmósfera que crea provoca en los asistentes reacciones tan fuertes que, algunos de ellos, y en especial lo que más le insultaban, deben estar generando un obsesión con usted parecida a una adicción.
-¿Es usted de alguna editorial? -Preguntó algo sorprendido por mi respuesta.
-Nada más lejos. Soy Andrés Merchante. Empresario- dije tendiéndole la mano.
-¿Empresario? Pensaba que precisamente eso eran los editores literarios.
-Un editor vendería sus poemas para enriquecerse, yo le venderé a usted entero y nos enriqueceremos los dos -respondí sin destender mi mano. No tenía intención de rendirme.
-Ernesto Falsante y Andrés Merchante -dijo devolviéndome el apretón de manos -Si de una asociación poético-comercial se trata, de momento rima.