martes, 25 de mayo de 2010

Epitafio de Ernesto Faltante

Llegué a mi casa totalmente desolado. Desolado y agotado, pues después de ir al hospital y recibir la nefasta noticia de la muerte de mi amigo Ernesto, tuve que prestar declaración ante la policía. No sé si me consideran sospechoso de su muerte, pero no me extrañaría, pues tras la muerte de un artista las ventas de sus obras se disparan, y el único beneficiario tras su muerte era yo, debido a que la editorial de sus libros era de Ernesto y mía. Y él, lamentablemente, estaba muerto.
La policía me había hecho millones de preguntas. Algunas no podía responderlas, pues no sabía la respuesta, al menos con certeza.
Estaba repasando el interrogatorio intentando recordar algo que no les hubiera dicho, pues tenían intención de volver a llamarme al día siguiente. Me entró la risa floja, tal vez porqué no me quedaban lágrimas, recordando algunas de las preguntas policiales más audaces:
"¿Sabe si tenía enemigos reconocidos? ¿Había sufrido amenazas? ¿Sabe de alguien que pudiera estar desando su muerte, o planeando un atentado contra él?"

Pasando de la risa al llanto, intenté concentrarme en otra cosa con intención de dormir al menos un par de horas. Al día siguiente me esperaría un día igual de duro, o quizá más, pues sería mas consciente de lo ocurrido. Para este propósito la televisión no era buena idea, pues seguramente estarían hablando de la catastrófica muerte del poeta. No tenía la prensa, aunque tampoco sería de gran ayuda. También iba ser incapaz de concentrarme en la lectura de algún libro. Me puse un whisky doble y cogí el correo. "Un clavo saca otro clavo" pensé, y ¿qué mejor clavo que unas buenas facturas? Pasando los sobres en busca del clavo más gordo, me detuve en un sobre con el remite escrito a mano, sin sello, ni señal ninguna de haber pasado por correos. El remitente era ni más ni menos que Ernesto Faltante, y debajo del nombre ponía en letras grandes:

"No abrir hasta después de mi muerte."

Evidentemente, esto sólo podía significar una cosa: Ernesto había planificado su muerte, sino ¿por qué estaba esta carta en mi buzón, justo después de que él muriera? Había montado todo el numerito con intención de falsear su último y grandioso espectáculo: El regreso del artista después de más de un año desaparecido, y su trágica muerte a manos de un desconocido ante la atónita mirada de miles de personas. ¿No era esto demasiado retorcido, incluso para el retorcido Ernesto?
La carta decía así:

Andrés,
Supongo que si estás leyendo esto, es porque estoy muerto. Si no es así, guarda ahora mismo esta carta en el sobre y haz el favor de respetar mi deseo.

En primer lugar, me veo en la obligación de ser sincero pues al estar muerto, ya no necesito mi careta.
Nunca te creí imprescindible para realizar ninguna de las actividades a las que me he dedicado. Como comprobaste en la gira asiática, tanto con el nuevo representante, como luego en solitario, me defiendo bastante bien sin ayuda de nadie haciendo de niñera. Si te acepté como representante, fue porque cuando nos conocimos me causaste una buena impresión, y poco a poco vi, no sólo que podía confiar en ti, sino que entendías y comprendías todo lo que yo hacía, independientemente de que estuvieras de acuerdo o no con los procedimientos. Al principio pensé que lo hacías sólo por el dinero, luego pensé que realmente creías en mi poesía, pero luego me di cuenta de que te divertía tanto como a mí reirte de la gente manipulándola y confundiéndola. Como hacen todos los artistas, sólo que teniendo consciencia total de que el mono de circo es uno mismo. Un mono de circo experimentando con monos de laboratorio.
Tu compañía me era muy grata, pues solamente contigo me sentía comprendido. Solamente en ti vi un auténtico cómplice. Te doy las gracias por ello.

En cuanto a mi funeral, deseo que tú oficies la ceremonia. Seguramente debido a mi fama, muchos querrán participar en ella. Déjales que hagan lo que quieran. Mi único deseo en cuanto a eso, es que tú leas el folio que te adjunto a esta carta, y que seas el primero en hablar. Una vez hayas leído esto en público, como si quieren hacer una misa en mi honor. Ellos sabrán.
Esta vez tu serás el orador que provoque las odios y los amores del público. Esta vez tú serás la voz del poeta.

Por último, también te adjunto mi testamento. Te lo confío a ti pues no tengo familiares directos, y tú eres lo más parecido a un hermano que he tenido nunca.

Un abrazo muy fuerte.

Tu amigo y hermano,
Ernesto Faltante.

No podía creer lo que estaba leyendo. O Ernesto sospechaba que lo iban a matar, o planeó su asesinato el mismo. Casi sin lugar a dudas él lo había planeado todo pero; ¿y si realmente era una coincidencia? ¿Y si esto no era más que una broma macabra del destino? Nunca podría saber a ciencia cierta la verdad, pero si utilizaba la engañosa razón del corazón, era más que evidente.

El testamento era claro: No tenía familiares cercanos vivos; ni padres, ni hermanos, ni mujer, ni hijos. Me dejaba su parte de la empresa con todos los derechos de su obra. Su cuerpo lo donaba a la ciencia médica. Su casa y todo su dinero, se los dejaba a un vagabundo que vivía en los alrededores de su casa, con la única condición de que pusiera una placa en la fachada de la casa con la inscripción:

"Aquí vivió Ernesto Faltante.
Agitador, payaso, provocador
y conocedor de la naturaleza
humana. Que el eco de la humanidad
en el universo lo recuerde como era;
un cabrón."

En cuanto a su funeral Ernesto no se equivocaba, muchos querían participar. Pero seguramente la repercusión de la ceremonia superaba todas sus expectativas. Querían hacerle un entierro de estado, como héroe de las letras españolas. Todos, absolutamente todos, querían estar en la foto de la emotiva despedida de el último gran escritor de la literatura universal. Y más aun, habiendo muerto este, a manos de un lunático, un extremista (fascista o comunista, según la versión), un antidemócrata, que quiso callar la voz de la más honesta pluma de nuestras letras.

El día señalado había representación del gobierno, de la oposición, de la casa real, de numerosas embajadas, de los sindicatos, de la prensa, y de todo aquel que pudiera representar algo en este sistema.

Yo, con un nudo en la garganta, comencé a leer el escrito de Ernesto.

-Estimado público, -carraspeé- quiero pediros perdón. Nunca me he considerado un gran poeta. De hecho, nunca he sido un gran poeta, ni siquiera he sido buen poeta. Pero vosotros sí lo habéis creído, y por eso quiero pediros perdón; porque os he engañado. Os he hecho creer que soy un gran poeta, un buen literato. Es más, os he hecho creer que soy uno de los mejores.

Que nadie piense que lo digo por humildad, porque este escrito no tiene nada de humilde. Tampoco creáis que lo hago para exculparme, porque este escrito no tiene nada de arrepentimiento. Solo quiero que lo sepáis; he jugado con vosotros, y os habéis dejado. Os he hecho odiar, amar, discutir, incluso algunos hasta habéis llegado a las manos. Intelectuales pegándose creyendo saber bien porque. Os he hecho sentir, que es una acción que rara vez nos permitimos. Para mí eso es el arte: Un engaño o artificio que te hace importar emociones y sentirlas como tuyas. ¿Qué importa la poesía? Solo era una escusa para jugar con vuestras emociones y sacaros de vuestra cárcel de mediocridad para dierais un corto paseo por el parque de las emociones.

Estoy muerto y aprovecho para deciros: Me he reído de vosotros. Ahora podéis quemar mis libros, las reseñas literarias que me han dedicado y los vídeos de mis giras y entrevistas. Podéis hacer que no quede ningún vestigio de mis poemas, me da lo mismo. Sólo espero que la generaciones futuras vean la foto de hoy y piensen riendo: Pringados.
Esa es mi obra. Ese ha sido mi arte.

Hoy habéis venido todos aquí vestidos de negro. Habéis venido a guardarme luto para sentiros bien con vosotros mismos y que los demás piensen: "Mira que buena persona es." Pues yo os digo: Hipócritas, no derraméis lágrimas de cocodrilo en mi tumba. No digáis lo bueno que era, porque ni lo pensáis, ni lo era realmente. Fui un cabrón, y lo sigo siendo después de muerto. Lo mismo que vosotros.

Sin más, me despido de vosotros con el corazón, el dedo corazón erecto y regio sobre los demás dedos, apuntando al cielo.

El gesto me lo ahorré.
Me quedé mirando al numeroso público. En un primer momento, viendo el desconcierto de la audiencia, sentí vergüenza. Con las primeras reacciones claras del público (abucheos, gritos e insultos de indignación ante la falta de cortesía del fallecido) sentí temor. Pero después, algunos de los asistentes entendieron que esto era otro espectáculo de Ernesto, no era más que la continuación de su obra, y comenzaron a aplaudir y a vitorearme. Entonces, tuve una sensación extraña, como si me elevara y viera la tierra desde lejos. De repente veía a toda esta gente como ridículas hormigas, y no sólo eso, me vi a mi mismo dentro del propio circo de minúsculos insectos. Estaba por encima de todo, incluso de mi mismo, viendo todo desde el espacio exterior, desde una distancia insalvable. Comprendí entonces, que estaba contemplando lo que Ernesto llamaba "el eco de la humanidad en el universo si el sonido se propagara en el espacio".
Ernesto creyó que yo le había comprendido y, aunque posiblemente fui él que más se acercó a entender su obra, realmente no la entendí por completo hasta este preciso instante. Deseé por primera vez que hubiera un cielo, metafísicamente hablando, y que Ernesto estuviera viéndonos desde él y regocijándose con su creación.

2 comentarios:

  1. Increíble la trilogía:
    Un primero pa abrir boca, un segundo bien despachao y el tercero de postre.
    El epitafio, la copita de después,
    que cuando falta se echa de menos, je.

    Bonnie.

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  2. Muy bueno, me he engachado de principio a fin. Lo mejor, el dedo corazón erecto y regio, jajaja! Gran final, sin duda.

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