martes, 25 de mayo de 2010

Epitafio de Ernesto Faltante

Llegué a mi casa totalmente desolado. Desolado y agotado, pues después de ir al hospital y recibir la nefasta noticia de la muerte de mi amigo Ernesto, tuve que prestar declaración ante la policía. No sé si me consideran sospechoso de su muerte, pero no me extrañaría, pues tras la muerte de un artista las ventas de sus obras se disparan, y el único beneficiario tras su muerte era yo, debido a que la editorial de sus libros era de Ernesto y mía. Y él, lamentablemente, estaba muerto.
La policía me había hecho millones de preguntas. Algunas no podía responderlas, pues no sabía la respuesta, al menos con certeza.
Estaba repasando el interrogatorio intentando recordar algo que no les hubiera dicho, pues tenían intención de volver a llamarme al día siguiente. Me entró la risa floja, tal vez porqué no me quedaban lágrimas, recordando algunas de las preguntas policiales más audaces:
"¿Sabe si tenía enemigos reconocidos? ¿Había sufrido amenazas? ¿Sabe de alguien que pudiera estar desando su muerte, o planeando un atentado contra él?"

Pasando de la risa al llanto, intenté concentrarme en otra cosa con intención de dormir al menos un par de horas. Al día siguiente me esperaría un día igual de duro, o quizá más, pues sería mas consciente de lo ocurrido. Para este propósito la televisión no era buena idea, pues seguramente estarían hablando de la catastrófica muerte del poeta. No tenía la prensa, aunque tampoco sería de gran ayuda. También iba ser incapaz de concentrarme en la lectura de algún libro. Me puse un whisky doble y cogí el correo. "Un clavo saca otro clavo" pensé, y ¿qué mejor clavo que unas buenas facturas? Pasando los sobres en busca del clavo más gordo, me detuve en un sobre con el remite escrito a mano, sin sello, ni señal ninguna de haber pasado por correos. El remitente era ni más ni menos que Ernesto Faltante, y debajo del nombre ponía en letras grandes:

"No abrir hasta después de mi muerte."

Evidentemente, esto sólo podía significar una cosa: Ernesto había planificado su muerte, sino ¿por qué estaba esta carta en mi buzón, justo después de que él muriera? Había montado todo el numerito con intención de falsear su último y grandioso espectáculo: El regreso del artista después de más de un año desaparecido, y su trágica muerte a manos de un desconocido ante la atónita mirada de miles de personas. ¿No era esto demasiado retorcido, incluso para el retorcido Ernesto?
La carta decía así:

Andrés,
Supongo que si estás leyendo esto, es porque estoy muerto. Si no es así, guarda ahora mismo esta carta en el sobre y haz el favor de respetar mi deseo.

En primer lugar, me veo en la obligación de ser sincero pues al estar muerto, ya no necesito mi careta.
Nunca te creí imprescindible para realizar ninguna de las actividades a las que me he dedicado. Como comprobaste en la gira asiática, tanto con el nuevo representante, como luego en solitario, me defiendo bastante bien sin ayuda de nadie haciendo de niñera. Si te acepté como representante, fue porque cuando nos conocimos me causaste una buena impresión, y poco a poco vi, no sólo que podía confiar en ti, sino que entendías y comprendías todo lo que yo hacía, independientemente de que estuvieras de acuerdo o no con los procedimientos. Al principio pensé que lo hacías sólo por el dinero, luego pensé que realmente creías en mi poesía, pero luego me di cuenta de que te divertía tanto como a mí reirte de la gente manipulándola y confundiéndola. Como hacen todos los artistas, sólo que teniendo consciencia total de que el mono de circo es uno mismo. Un mono de circo experimentando con monos de laboratorio.
Tu compañía me era muy grata, pues solamente contigo me sentía comprendido. Solamente en ti vi un auténtico cómplice. Te doy las gracias por ello.

En cuanto a mi funeral, deseo que tú oficies la ceremonia. Seguramente debido a mi fama, muchos querrán participar en ella. Déjales que hagan lo que quieran. Mi único deseo en cuanto a eso, es que tú leas el folio que te adjunto a esta carta, y que seas el primero en hablar. Una vez hayas leído esto en público, como si quieren hacer una misa en mi honor. Ellos sabrán.
Esta vez tu serás el orador que provoque las odios y los amores del público. Esta vez tú serás la voz del poeta.

Por último, también te adjunto mi testamento. Te lo confío a ti pues no tengo familiares directos, y tú eres lo más parecido a un hermano que he tenido nunca.

Un abrazo muy fuerte.

Tu amigo y hermano,
Ernesto Faltante.

No podía creer lo que estaba leyendo. O Ernesto sospechaba que lo iban a matar, o planeó su asesinato el mismo. Casi sin lugar a dudas él lo había planeado todo pero; ¿y si realmente era una coincidencia? ¿Y si esto no era más que una broma macabra del destino? Nunca podría saber a ciencia cierta la verdad, pero si utilizaba la engañosa razón del corazón, era más que evidente.

El testamento era claro: No tenía familiares cercanos vivos; ni padres, ni hermanos, ni mujer, ni hijos. Me dejaba su parte de la empresa con todos los derechos de su obra. Su cuerpo lo donaba a la ciencia médica. Su casa y todo su dinero, se los dejaba a un vagabundo que vivía en los alrededores de su casa, con la única condición de que pusiera una placa en la fachada de la casa con la inscripción:

"Aquí vivió Ernesto Faltante.
Agitador, payaso, provocador
y conocedor de la naturaleza
humana. Que el eco de la humanidad
en el universo lo recuerde como era;
un cabrón."

En cuanto a su funeral Ernesto no se equivocaba, muchos querían participar. Pero seguramente la repercusión de la ceremonia superaba todas sus expectativas. Querían hacerle un entierro de estado, como héroe de las letras españolas. Todos, absolutamente todos, querían estar en la foto de la emotiva despedida de el último gran escritor de la literatura universal. Y más aun, habiendo muerto este, a manos de un lunático, un extremista (fascista o comunista, según la versión), un antidemócrata, que quiso callar la voz de la más honesta pluma de nuestras letras.

El día señalado había representación del gobierno, de la oposición, de la casa real, de numerosas embajadas, de los sindicatos, de la prensa, y de todo aquel que pudiera representar algo en este sistema.

Yo, con un nudo en la garganta, comencé a leer el escrito de Ernesto.

-Estimado público, -carraspeé- quiero pediros perdón. Nunca me he considerado un gran poeta. De hecho, nunca he sido un gran poeta, ni siquiera he sido buen poeta. Pero vosotros sí lo habéis creído, y por eso quiero pediros perdón; porque os he engañado. Os he hecho creer que soy un gran poeta, un buen literato. Es más, os he hecho creer que soy uno de los mejores.

Que nadie piense que lo digo por humildad, porque este escrito no tiene nada de humilde. Tampoco creáis que lo hago para exculparme, porque este escrito no tiene nada de arrepentimiento. Solo quiero que lo sepáis; he jugado con vosotros, y os habéis dejado. Os he hecho odiar, amar, discutir, incluso algunos hasta habéis llegado a las manos. Intelectuales pegándose creyendo saber bien porque. Os he hecho sentir, que es una acción que rara vez nos permitimos. Para mí eso es el arte: Un engaño o artificio que te hace importar emociones y sentirlas como tuyas. ¿Qué importa la poesía? Solo era una escusa para jugar con vuestras emociones y sacaros de vuestra cárcel de mediocridad para dierais un corto paseo por el parque de las emociones.

Estoy muerto y aprovecho para deciros: Me he reído de vosotros. Ahora podéis quemar mis libros, las reseñas literarias que me han dedicado y los vídeos de mis giras y entrevistas. Podéis hacer que no quede ningún vestigio de mis poemas, me da lo mismo. Sólo espero que la generaciones futuras vean la foto de hoy y piensen riendo: Pringados.
Esa es mi obra. Ese ha sido mi arte.

Hoy habéis venido todos aquí vestidos de negro. Habéis venido a guardarme luto para sentiros bien con vosotros mismos y que los demás piensen: "Mira que buena persona es." Pues yo os digo: Hipócritas, no derraméis lágrimas de cocodrilo en mi tumba. No digáis lo bueno que era, porque ni lo pensáis, ni lo era realmente. Fui un cabrón, y lo sigo siendo después de muerto. Lo mismo que vosotros.

Sin más, me despido de vosotros con el corazón, el dedo corazón erecto y regio sobre los demás dedos, apuntando al cielo.

El gesto me lo ahorré.
Me quedé mirando al numeroso público. En un primer momento, viendo el desconcierto de la audiencia, sentí vergüenza. Con las primeras reacciones claras del público (abucheos, gritos e insultos de indignación ante la falta de cortesía del fallecido) sentí temor. Pero después, algunos de los asistentes entendieron que esto era otro espectáculo de Ernesto, no era más que la continuación de su obra, y comenzaron a aplaudir y a vitorearme. Entonces, tuve una sensación extraña, como si me elevara y viera la tierra desde lejos. De repente veía a toda esta gente como ridículas hormigas, y no sólo eso, me vi a mi mismo dentro del propio circo de minúsculos insectos. Estaba por encima de todo, incluso de mi mismo, viendo todo desde el espacio exterior, desde una distancia insalvable. Comprendí entonces, que estaba contemplando lo que Ernesto llamaba "el eco de la humanidad en el universo si el sonido se propagara en el espacio".
Ernesto creyó que yo le había comprendido y, aunque posiblemente fui él que más se acercó a entender su obra, realmente no la entendí por completo hasta este preciso instante. Deseé por primera vez que hubiera un cielo, metafísicamente hablando, y que Ernesto estuviera viéndonos desde él y regocijándose con su creación.

viernes, 21 de mayo de 2010

Trilogía de Ernesto Faltante. Cap. 3

La poesía era lo de menos.

Me establecí cómodamente en Madrid, y me embarqué en varios negocios, por puro aburrimiento. El dinero que amasé representando a Ernesto Faltante me daba una tranquilidad melancólica. La paz que tanto había anhelado me satisfizo, pero sólo unos meses. Al poco tiempo, la paz se transformó en aburrimiento, y la tranquilidad en desidia. Después de varios años de viaje, nervios y adrenalina, la frenética actividad de la ciudad me recordaba a la tristeza de un pueblo moribundo. Al final, el negocio que más me llenaba de todos los que emprendí (si es que "llenar" fuera la palabra adecuada), fue una librería. Y con los años me doy cuenta de que la razón era que añoraba a Ernesto y la locura que generaba a su alrededor.

Desde mi isla de melancolía, seguía la gira de Ernesto por el continente asiático. Estaba arrasando. En Japón, el recibimiento había sido espectacular; en el mismo aeropuerto, ya había miles de admiradores esperándole. Como todos los que triunfan en occidente, independientemente de que sean buenos o no, en Asia, Ernesto era considerado casi un dios. Me arrepentí de no haber ido, e imaginaba que Ernesto no debía estar muy contento, porque en contra de lo que había sucedido hasta ahora, en Asia la mayoría eran los proernestistas. Un recital de Ernesto Faltante en Asia, era como un concierto de los Beatles; millones de adolescentes chillando, desmayos, lloros, ataques de nervios... Debía estar ganando mucho dinero. El problema era que él no hacía esto por el dinero.

Una vez llamó por teléfono, aunque no pudimos hablar mucho.

-¿Cómo está marchando todo? -pregunté.
-No va mal - dijo, pero no quería hablar de él mismo-. ¿Y tú? ¿Te aburres mucho sin mí?
-Un poco. He montado una librería. Tus libros mantienen el negocio -bromeé-. ¿Qué tal con el nuevo representante?
-Le he despedido. No entendía nada de lo hago. Ayer se le ocurrió conceder una entrevista triunfalista para una emisora española, y además sin mi permiso.
-Si, algo oí- mentí. La había oído de principio a fin.
-Pues eso. Le he despedido. Oye, te tengo que dejar, que ha llegado el profesor y sólo me quedan dos días para aprender a recitar en chino. Adiós.
-Seguro que no tienes problem...- ya había colgado.

Había oído la entrevista, que se había anunciado a bombo y platillo. Los medios españoles seguían la gira al detalle y ahora hablaban de él como un héroe nacional que se dedicaba a extender la lengua y la cultura española por el mundo. Los mismos que antes usaban su pluma como una navaja con la que intentaban cortarle el cuello, ahora la usaban para dibujar alas y aureola de santo, en todos sus retratos. A pesar de que estaban demostrando que la hipocresía de la que les acusaba Ernesto era cierta, creo que a Ernesto no le complacería nada. Esto no era lo que él quería.

Cuando la gira terminó intenté hablar con él, pero no hubo manera de localizarlo. Había desaparecido literalmente. Tengo la seguridad de que al temerse una llegada triunfal, con desfile, fuegos artificiales y serpentinas, al más puro estilo americano, Ernesto había decidido no volver.
Llegué a contratar a un detective privado para que lo localizara. No quería hacerle volver, sólo quería saber que estaba bien, pero se lo había tragado la tierra. Me consolaba pensar que había encontrado la paz en algún lugar recóndito, alejado de toda humanidad, rodeado de bestias sin disfraz y de la más honesta y salvaje naturaleza.

Un día el teléfono sonó sacándome de mi intranquilo sueño. Eran las tres de la madrugada.

-Quiero organizar un recital en Madrid y necesito tener al mando al mejor.
-¡¿Ernesto?! ¡¿Eres tú!? -grité saliendo de mi sopor y entrando en mi sorpresa.
-El mismo. Siento haberte despertado.
-¡No te preocupes! ¡Qué alegría saber de ti! ¡¿Dónde has estado?!
-Aclarando mis ideas.
-¿Estás bien?
-Si te refieres a si he conseguido mi objetivo: Sí, he aclarado mis ideas.
-He intentado localizarte.
-Lo sé -dijo dando por zanjado el tema-. Pero eso no es lo importante ahora. Quiero recitar. Quiero hacerlo dónde empecé, en Madrid. Y quiero que lo organice mi representante. ¿Estás dispuesto?
-Por supuesto que sí -respondí con la voz llena de la esperanza que me insuflaba ver la luz del caos al final del tedioso túnel del orden.
-Mañana te llamo entonces -dijo y dudó unos segundos-. Se te echó de menos en Asia.
-Debería haber ido -respondí agradecido-. Hasta mañana.

Me fue imposible volver a dormir. La alegría y la emoción de volver a embarcarme en el remolino de emociones de Ernesto, me lo impidieron. Durante los días siguientes, hasta la esperado retorno del poeta, creo que tampoco dormí mucho. De todas formas, la energía no me faltó. Sabía que había echado de menos ese trabajo, pero no me había dado cuenta de cuánto hasta ese momento.

La noticia del esperado regreso de Ernesto Faltante, copó los medios sin necesidad de hacer nada extraordinario. Las salas llamaban a nuestra puerta. Hasta hubo algún "iluminado", que aseguró que el recital sería en alguno de los estadios de la ciudad. El clima era de expectación total. Decidimos hacerlo en una sala recogida, pero con un buen aforo.

Ernesto no parecía el mismo; estaba nervioso, descentrado. A veces, yo tenía que elevar la voz un poco más de lo normal, para sacarle de sus ensoñaciones. Yo lo achacaba a que el clima de aceptación y alegría por su regreso, no eran de su agrado. Si después de actuar en Asia y ser aclamado, había tenido que desaparecer más de un año, no sé que tendría que hacer si en su ciudad natal, dónde más se le había vilipendiado, se le recibía con los brazos abiertos y las bocas llenas de cumplidos. Pero para mi sorpresa, después de haber ido a más en su introversión durante los preparativos de su gran reaparición ante el público, el mismo día de la actuación, estaba pletórico. Reía, bromeaba y estaba mas excitado de lo que nunca le había visto. Definitivamente, no era el mismo. La concentración, el sosiego, y la seriedad (esto no le había impedido tener un sentido del humor exquisito) que le caracterizaban, se los había dejado en algún lugar cerca de su retiro temporal. Yo estaba preocupado y unos minutos antes de que saliera a escena, me acerqué a su camerino a charlar un rato con él y, cuando me abrió la puerta, ahí estaba de nuevo: Delante de mí volvía a estar Ernesto Faltante.

Hablamos los pocos minutos que faltaban para empezar, y mi corazón se llenó de esa calma excitada que se tiene al empezar algo importante con los deberes bien hechos.

-Llegó el momento -dije.
-Vamos a darles su merecido -dijo Ernesto.

Salió a escena y el publicó le recibió con un voluminoso aplauso. Me resultó extraño verle entre tanto alago, pero Ernesto me recordaba dónde estaba. Aunque "el eco de la humanidad en el universo" no estaba en la sala, su actitud seguía inalterable. Miró al público con desprecio renovado por los aplausos, y vomitó el título del primer poema.

-"Hijos de la grandísima puta" -dijo-. Este poema se lo quiero dedicar todos los que han asistido a mi regreso a la ciudad que me vio recitar por primera vez.

La gente correspondió la dedicatoria con otro aplauso. Ernesto les mandó callar y empezó con el poema, que como su propio nombre hacía pensar, era una ristra de insultos y vejaciones al público. Era un manifiesto contra la hipocresía de los aplausos que estaba recibiendo. El punto final del poema, lo puso el público con una ovación digna del mejor tenor del mundo.

El recital continuó en la misma línea; Ernesto insultaba al público y este le aplaudía. El espectáculo era lamentable; algo más de mil quinientas personas, sonriendo y aplaudiendo a un orador enfurecido escupiéndoles todo su ingenio en forma de insultos. Algunos, hasta reían alguno de los insultos mas ingeniosos. Jamás había visto a Ernesto tan enfurecido. A veces llegaba incluso a elevar la voz, llegando casi al grito, para dar mayor fuerza a sus insultos. Me temí lo peor. Me dije a mi mismo que no volvería a ver a Ernesto después de esto.

-"Crucificado."-tituló Ernesto.

"Tres clavos tiene mi cruz:
Vuestro antifaz de sonrisa,
vuestra incongruente voz
y vuestro cariño comprado[...]"

El recital llegaba a su final y el público estaba encantado. Yo ya estaba pensando que le diría a Ernesto como despedida, cuando empezó a entonar los últimos versos.

"[...]Ojalá me llevara por fin la muerte,
para no tener que oír más vuestras idioteces,
no ver más vuestras hipócritas sonrisas,
no sentir más el sofocante calor que desprendéis.
Me bastaría con que me reventaran los oídos,
me arrancasen los ojos y me despellejasen vivo,
pero sería mas sencillo que me llevara la muerte.
Ójala me llevara de una vez la muerte,
para no tener que sufriros más."

Al decir esta última frase abrió los brazos como si estuviera crucificado y alguien entre el público gritó.

-¡Sus deseos son ordenes señor Faltante!

Se oyeron varios disparos, por lo menos cinco, y tres de ellos impactaron en el torso de Ernesto. Este cayó al suelo y el público por fin se comportó como debía hacerlo en un recital del gran Ernesto Faltante; con gran disparidad en sus reacciones.
Unos chillaron horrorizados, otros, pensando que formaba parte del espectáculo, aplaudieron extasiados, y otros empezaron a insultar a Ernesto, pensando que era una broma macabra del poeta. Lamentablemente, eso no era así.

El pistolero logró escapar en medio de la confusión. La confusa histeria del público hizo que algunos acabaran a puñetazo limpio. Otros creían ver pistolas por todas partes y al alertar de ello, provocaban avalanchas humanas. Afortunadamente nadie murió en la locura, aunque muchos salieron heridos. Ernesto tampoco murió en la sala, pero no llegó vivo al hospital.

jueves, 20 de mayo de 2010

Trilogía de Ernesto Faltante. Cap. 2

Ernesto, yo y el eco de la humanidad en el universo.

Ernesto era alto, con el pelo bien peinado pero sin peinar. Parecía sucio pero se veía limpio. Solía llevar un abrigo largo y negro de algodón, con pequeñas motitas blancas que hacían pensar a primera vista que tenía los hombros cubiertos de caspa. Tenía una imagen ambigua. Era clásica y moderna, recatada y descarada, que hacía dudar al más seguro. Respondía siempre con la frase idónea para desarmar a su interlocutor. En las pocas entrevistas que concedíamos, solía desconcertar por completo al periodista, y cuando al pobre plumilla le fallaban los nervios y cometía algún error, Ernesto se hacía el ofendido y yo tenía que terminar la entrevista por él. La prensa le trataba fatal, pero la prensa habla poco y bien de lo que le agrada, y mucho y muy mal de lo que la desprecia. Era un genio haciendo enemigos, y esa era su mejor baza.

Si tengo que contar toda la verdad sobre mis vivencias con Ernesto Faltante, me veo en la obligación de reconocer que su actitud de superioridad y desprecio hacia todos los demás, a mi parecer, sólo era una pose. En la intimidad era amable y educado, e hicimos migas enseguida. Siempre tenía una sonrisa, y conseguía sosegarme cuando me podían los nervios que, siendo su representante, era bastante a menudo. De hecho, creo que jamás le vi realmente enfadado. El carácter déspota y desagradable, del que todo el mundo hablaba, no era real. Yo solía recordárselo con intención de vacilarle, pero Ernesto no entraba al trapo fácilmente.

-La sinceridad la dejo para la poesía -respondía-. Para la vida real es necesario ocultarse detrás de una máscara. Si te dijera lo que realmente pienso de ti, no querrías ser mi amigo.

Desde el primer momento quise etiquetar su poesía, pero él se negaba. Yo siempre le decía que era mejor ponerse uno mismo la etiqueta, antes de que lo hiciera cualquier periodista con delirios de grandeza.

-Pues que lo haga -decía.
-Pero ¿y si el nombre no es correcto, o no resulta comercialmente viable?
-Entonces filtraremos otra etiqueta igual de incorrecta a mis seguidores. Así les daremos a todos más razones para discutir.

En eso, como en casi todo, tenía razón. La polémica que generaba alrededor de su obra y su persona era la clave de su éxito. Cuánto más polémica era una actuación o un verso, más se vendían sus libros y más gente acudía a sus recitales. Él lo sabía y lo explotaba. A veces en sus recitales, que eran auténticos espectáculos, utilizaba expresiones incorrectas, o pronunciaba mal algunas palabras deliberadamente, con la intención de alimentar las brasas del odio de sus enemigos. De hecho, esos "enemigos" formaban sin pretenderlo, una parte imprescindible del espectáculo (más aun que los propios poemas).
Cuando íbamos a una ciudad por primera vez, solíamos montar una firma de libros dónde calibrábamos el nivel de odio hacía el poeta. Si iba gente a protestar a la firma, no hacíamos nada extraordinario por alimentar este odio. Si la firma trascurría sin incidentes, pagábamos a dos o tres individuos para que fueran a protestar contra el poeta en la primera actuación. Estos calentaban al resto de asistentes y se montaban discusiones y trifulcas. Las noches siguientes, se agotaban las entradas. Esta idea no era mía, yo sólo la perfeccioné. Ernesto me comentó al poco de conocernos, que había hecho esto mismo en sus primeros recitales en Madrid.

Hicimos mucho dinero durante esos años. Recorrimos innumerables ciudades españolas y después montamos una gira latinoamericana, que fue un éxito rotundo. Cuándo volvimos a España me dí cuenta de que la ambición de Ernesto era mucho mayor a la mía.

-Quiero hacer una gira europea.
-Los libros no se venden mal en Europa, pero si quieres te concertamos un par de entrevistas y alguna firma de libros -propuse.
-No hablo de una gira promocional. Quiero recitar.
-No creo que una gira de recitales en español por Europa sea un buen negocio.
-No recitaré en español -replicó Ernesto con toda la seguridad de la que disponía, que era mucha.

La gira europea, que a mi me parecía una auténtica locura en un primer momento, y creo que no llegué a relajarme en todo lo que duró, que fue mucho; fue todo un éxito.
Llegábamos a las ciudades una semana antes de las actuaciones. Yo preparaba el clima de las actuaciones concediendo entrevistas y caldeando el ambiente, mientras Ernesto, con ayuda un profesor del idioma local, se encerraba en el hotel toda la semana, preparando sus recitales en alguna lengua que jamás había hablado, y casi ni oído. Pero Ernesto resultó tener un oído privilegiado para la lengua. En los recitales europeos, además de las críticas y alabanzas que eran habituales en los países de habla española, algo era distinto: Todos destacaban lo correcto de su dicción. De hecho, la polémica muchas veces saltaba, porque muchos no creían que fuera Ernesto Falsante, sino un imitador con conocimiento de la lengua, puesto por el propio Ernesto.

Era como una estrella del rock. Las chicas le adoraban, pues ciertamente era atractivo, y forraban las carpetas con sus fotos. Los chicos lo admiraban e imitaban, pues era rico, famoso y destilaba carisma por todos sus poros. Las asociaciones ultrareligiosas lo demonizaban y los medios de comunicación no hacían mas que hablar de sus escándalos. Escándalos que normalmente protagonizaba el público de sus actuaciones, y no él mismo. En realidad, era mucho más rentable que una estrella del rock por varias razones:

  • En primer lugar, editar los libros de poesías era realmente barato, al contrario que las superproducciones de las estrellas del rock.
  • Como segunda razón, en sus actuaciones no era necesario contratar luces, pirotecnia, músicos, bailarinas, escenografía, técnicos y toda la parafernalia. Se bastaba él mismo, con un micro y unos altavoces.
  • Y por último, no actuaba como un divo mal criado y se conformaba con cualquier cosa, siempre que no afectara a su espectáculo.

Ni que decir tiene, que en sus giras, no todo eran éxitos y risas. Nos enfrentamos a muchos problemas y momentos realmente tensos. Me sorprendía (nunca dejó de hacerlo) como Ernesto conservaba la calma en todo momento. Siempre viajábamos con escolta, pues el mundo es un lugar llenos de fanáticos, y Ernesto era un imán para sus obsesiones. Muchas veces las autoridades locales, intentando que no actuáramos, nos ponían toda clase de impedimentos y trabas: Lentitud con los visados, controles aduaneros, controles policiales, cacheos, registros en el hotel... A Ernesto, esto le complacía, pues eso significaba que el viaje sería un éxito. Pero a mí muchas veces, me entraban ganas de tirar la toalla. Era muy frustrante estar siempre discutiendo y luchando a cada momento con personas muy poco razonables. Además, era a mí a quién le tocaba dar la cara en esos momentos, aunque he de reconocer, que cuando a mi me superaba la situación, Ernesto tomaba las riendas, y lo hacía francamente bien.

Una vez en Bogotá, Ernesto desapareció. Mienstras él iba al hotel, yo me había quedado en la sala después de la actuación, haciendo mejoras en la seguridad de la actuación del día siguiente, pues esa noche la cosa había estado a punto de desmadrarse y acabar en tragedia. Cuando llegué al hotel, Ernesto no estaba ahí. Esperé un rato y, temiéndome lo peor, llamé a la policía. Pero no me hicieron mucho caso. Habían estado fastidiando desde que llegamos a la ciudad, y los mismos que sólo pretendían complicarnos la estancia, tampoco nos iban a ayudar cuando las cosas se torcieran. Empezaba a pensar que habían sido los propios agentes de la ley los responsables de su desaparición. Y estaba convencido de que todo esto era culpa de una de las ideas de Ernesto: Meter un señuelo en el coche "oficial", pedir un taxi, e ir sólo al hotel por la puerta de atrás. No me parecía buena idea, pero como de costumbre no me hizo caso.
A eso de las seis de la mañana, cuando casi estaba cojiendo el teléfono para llamar a la embajada, la puerta del hotel se abrió y aparecio Ernesto, borracho como una cuba, arrastrado por dos maromos de tez oscura. Él se reía a carcajadas, y los maromos le reían la gracia. Tuve que esperar a que se marcharan, pues cuando me puse a abroncar a Ernesto, me amenazaron seriamente y no se marcharon hasta que se quedó dormido. Cuando se despertó, mas sereno, me contó que había sido raptado por una mafia colobiana, con intención de pedir un rescate. Cuando uno de los sicarios vió en su documentación quién era, le llevaron inmediatamente delante de su jefe, quien era un gran admirador del trabajo de Ernesto. Es más, le tenía como el ideólogo de su filosofía de vida.
Mientra yo no pegaba ojo y desesperaba en la habitación de hotel, Ernesto estaba en una fiesta en su honor, organizada por uno de los mayores criminales del planeta.

Evidentemente, esta es una de las anécdotas más "simpáticas". Tanto en América latina como en Europa, no solíamos irnos de las ciudades sin haber temido por nuestras vidas en algún momento; fanáticos armados, masas enfurecidas, e incluso amenazas de bomba.

Cuando finalizó la extensa gira europea y regresamos a España, yo me temía lo peor y me adelanté.

-Ernesto -dije-, no cuentes conmigo para la gira asiática.
-¿Estás seguro? Va a ser un gran negocio.
-Ya tengo mucho dinero -respondí agotado-. Pero gracias.

Ernesto se fué a triunfar en Asia y yo me quedé en Madrid, dedicándome a invertir parte de mi dinero en negocios mucho menos rentables, pero infinitamente mas tranquilos.

martes, 18 de mayo de 2010

Trilogia de Ernesto Faltante. Cap. 1

Cómo conocí a Ernesto Faltante.

-La gente que no aprecia mi arte, o bien tiene una deficiencia cultural seria, o carece de la sensibilidad necesaria para usar esa cultura correctamente -dijo desafiante a su audiencia.

La sala estaba llena. Algunos habían ido porque admiraban a Ernesto Faltante, pero la gran mayoría iban por puro odio. Ernesto era como un accidente de tráfico, en el que todo el mundo aminora la marcha para poder ver la desgracia, sin disfrutar de la visión, pero sin poder evitar mirarla, haciendo que los que van detrás tampoco puedan evitar aminorar para curiosear, después de haber insultado sonóramente a sus predecesores por hacerles ir más lento.
Los que le odiaban, intentaban tirar por tierra cualquier verso, por muy bueno que este fuera, y no perdían la ocasión de leerle o escucharle, para poder recargar la pólvora de sus argumentos contra él. Los pocos que le veneraban, defendían cualquier verso, por muy malo que este fuera, para hacer rabiar a los detractores. A ambos grupos, proernestistas y antiernestistas, les movía el mismo sentimiento; la envidia que les producía que él se atreviera a decir, sin ningún tipo de sonrojo, todas esas cosas que ellos mismos sentían y no tenían el arrojo suficiente de decir en voz alta. A mí, de momento, me movía el deber moral de ver con mis propios ojos antes de hacer ningún juicio, lo que comentaba toda la ciudad, incluso fuera de los círculos cultos; los recitales de poesía de Ernesto Faltante.
Honestamente, tengo que decir que más tarde, el mismo Ernesto me hizo ver que tan noble no era el motivo de mi presencia en la sala, pues en realidad fueron la curiosidad y la necesidad de unirme a uno de los dos grupos, las que me hicieron salir de casa esa noche.

-Poema de amor -escupió al público, y aprovechando una pausa valorativa, lo miró con desprecio, antes de empezar con el poema.

Te amo con todo mi corazón.
Este corazón que es tuyo.
Te amo con todo tu corazón.
Somos sólo uno.

Un amor sincero,
pues sólo deseo tu bien.
Un amor leal,
pues tu bien también es mío.
Un amor sin límite,
más que el de la muerte.
Un amor sin celos,
pues sé que nadie te ama,
ni te amará jamás
más de lo que lo hago yo.

Sólo lamento no poder mirar tus ojos,
no poder besar tus labios,
no poder besar tu sexo.
Sólo lamento que admiro tu belleza
tan sólo adulterada
a través del puto espejo.

Te amo con todo mi corazón.
Este corazón que es tuyo.
Este corazón con el que odio
a todos los que no sean yo.

La audiencia, que había guardado un silencio casi religioso durante el poema, estalló en una orgía de aullidos de aprobación e indignación. Vítores y abucheos se mezclaban, creando un sonido amorfo, que más tarde Ernesto llamó; "el eco de la humanidad en el universo, si en el espacio se propagara el sonido". Este sonido formaba, cómo él mismo confesó después, una parte del espectáculo tan importante como los propios poemas. Aunque sólo había que ver el gesto orgulloso del poeta ante la reacción provocada, para saber que todo era intencionado.

-La muerte os hará libres -dijo titulando así el siguiente poema, y haciendo callar a la masa embravecida, como si de un líder religioso se tratara.

Comenzó a recitar el poema, y yo empecé a analizar sus versos buscando la clave de su éxito.
Sin lugar a dudas, esa clave no estaba en la forma. No había musicalidad en la palabras, no utilizaba grandes recursos, y ni siquiera utilizaba un vocabulario muy variado o culto. Era crudo y directo, pero había muchos otros poetas así. de hecho, si nos centráramos sólo en la forma, podríamos decir que era un mal poeta. Sin lugar a dudas, ahí no estaba la llave de su éxito.
Debía estar en el fondo de los versos, en las ideas que expresaban. Era despiadadas, hirientes... dolorosas. Pero tampoco era eso lo que las hacía especiales. Lo que las hacía sobresalir por encima de las palabras de cualquier otro poeta u orador, era su sinceridad. Una sinceridad tan radical, que me cuesta reconocer incluso ahora. No eran sinceras sólo con su propia condición o creencias, sino con los principios innatos de los seres humanos en toda su amplitud. Eran los instintos de la bestia que todos tenemos dentro. Nuestro ego vomitado en forma de poema.

Al darme cuenta de esto, me percaté de lo exportable que era su poesía. Crearía las mismas reacciones de animadversión y empatía en cualquier rincón del planeta. Aquí había un negocio, y yo quería formar parte de él.

El dueño del local, un viejo amigo mío, me presentó a Ernesto esa misma noche. Tuve que esperar muchísimo tiempo. Al terminar el recital, el ambiente estaba al rojo vivo. Discusiones de alta graduación comenzaron entre los asistentes. Creo que si no es porque el número de seguidores de Ernesto era mucho menor, la cosa podía haber acabado en una batalla campal. Al ser pocos, tuvieron que salir corriendo por miedo a un linchamiento. Y al decir por la megafonía que Ernesto ya se había marchado, los encendidos detractores se apagaron, pagaron sus consumiciones y se marcharon. Dos horas después de terminar el recital Ernesto salió por fin del camerino para tomarse una copa con el dueño que, curiosamente, también era amigo suyo.
Me acerqué sin tapujos, sin esperar a que nos presentaran, y sin ningún tipo de adulación. Sabía que para entrar a un tipo así, la adulación, incluso la no fingida, solo haría que me perdiera el respeto.

-Señor Faltante, he visto su actuación y creo que tiene un buen negocio entre las manos. Si no tiene representante, le garantizo que conmigo llegará a lo más alto.
-¿Le han gustado mis poemas?- preguntó altivo.
-No tanto los poemas en sí, sino la actuación en general. Creo que la atmósfera que crea provoca en los asistentes reacciones tan fuertes que, algunos de ellos, y en especial lo que más le insultaban, deben estar generando un obsesión con usted parecida a una adicción.
-¿Es usted de alguna editorial? -Preguntó algo sorprendido por mi respuesta.
-Nada más lejos. Soy Andrés Merchante. Empresario- dije tendiéndole la mano.
-¿Empresario? Pensaba que precisamente eso eran los editores literarios.
-Un editor vendería sus poemas para enriquecerse, yo le venderé a usted entero y nos enriqueceremos los dos -respondí sin destender mi mano. No tenía intención de rendirme.
-Ernesto Falsante y Andrés Merchante -dijo devolviéndome el apretón de manos -Si de una asociación poético-comercial se trata, de momento rima.

jueves, 13 de mayo de 2010

Culpable.

Cogió el documento de texto y lo envió a la papelera de reciclaje. Después hizo doble click sobre el icono de la papelera, buscó el documento y lo eliminó definitivamente. Para siempre.
"Papelera de reciclaje", dijo para si. "Aquí no se recicla nada. O se elimina del todo, o se rescata de un arrebato de excesiva higiene digital, pero no se recicla nada."
Sabía que no se arrepentiría de haber acabado para siempre con aquel texto. Solía guardar todo lo que escribía, aunque no le gustara lo más mínimo, por si acaso. Hay creaciones que con el tiempo, sin el embotamiento de los sentimientos recientes, se ven mas nítidas y se aprecian matices que el día que se excretaron no se apreciaban. Pero este texto era y sería una vergüenza. Y no vergüenza propia ante sus lectores, sino ante si mismo. Seguramente, mas de uno habría apoyado las ideas expresadas en el texto, e incluso habría quién incluyera alguna de sus frases en alguna discusión de bar, de esas en las que se pretende arreglar el mundo, pero lo único que se consigue es arruinar una buena borrachera. Además, después de citarle, los mas honestos dirían su nombre, aclarando que no son los creadores de la genialidad, para mayor bochorno del genio. Es posible también, que algún lector le reconociera por la calle y le dijera; "me encantó la parte en que..." refiriéndose a este texto en concreto. Entonces, enfrentarse con su vergüenza, o mejor dicho, afrontar la poca vergüenza de haberlo publicado, cara a cara, sería insoportable. Hubiera vivido con el temor constante de que en alguna promoción, o en alguna entrevista, alguien hubiera sacado a relucir ese artículo. Se hubiera visto condenado a recluirse en su casa, sin teléfono, sin internet, sin televisión y sin ningún medio de comunicación con el exterior, por miedo a ser preguntado, criticado o elogiado por esas frases. Las mas falsas de su vida.

Había empezado el día con vigor. Había desayunado una buena taza de café con dos tostadas y antes incluso de encender el primer cigarro, se había sentado delante del ordenador con intención de escribir algo grandioso para su columna semanal en el periódico.
El tema era totalmente libre. Tenía la suerte de poder elegir. Mientras no atacara al propio periódico, o a sus dueños, podía hablar con libertad de lo que quisiera. Normalmente hacía referencia a algún hecho cotidiano, o algo nimio que hubiera llamado su atención durante la semana. Cogía ese hecho trivial y lo retorcía hasta extraer todo su jugo, rematando con alguna observación reveladora, haciendo un giro ingenioso e imprevisto en las últimas líneas, o ambas cosas a la vez. Pero esta vez quería algo grande. Algo que indignara a los lectores, que les hiciera casi levantarse... ¡Qué digo casi! Qué les obligara a levantarse de la cómoda silla donde reposaban sus orondas y callosas nalgas, con intención de hacer algo al respecto.

Empezó con esa idea. Un texto de protesta contra el inmovilismo de la sociedad, contra el conformismo de la clase media, contra la burguesía y las cadenas inmateriales con las que viven presos de sus bienes materiales. Siempre estaban hablando con sus vanos conocimientos y su vasta pero inservible cultura, de cambiar el mundo, pero sin empezar nunca nada. Como si expresar su disconformidad ya fuese suficiente contribución con la lucha contras las injusticias. Sin entrar en acción nunca jamás.

Dejó de escribir. Había algo que no encajaba. Dio una potente intensa a su cigarro, y expulsó el humo desparramándolo por la pantalla del portátil. Cuando el humo se disipó, como cuando se va el vaho de un espejo, se reconoció en el reflejo de si mismo que resultaba ser el texto. Había que buscarle otro enfoque, e intentado arreglarlo, se vio escribiendo una ristra de excusas; que si él al menos empleaba su trabajo para remover conciencias, que su deber como intelectual era denunciar las injusticias e influir en la opinión pública para que el gobierno, temiendo ponerse el electorado en contra, tomara las medidas oportunas... Eso ya no era una carta de protesta. Era una disculpa firmada, y así no iba a levantar del sillón a nadie.

Sin borrar lo anterior, empezó de nuevo. Probó con el cambio climático. ¿Pero cómo podían los dirigentes mundiales obviar un problema tan serio? ¿Cómo era posible que eso no tuviera consecuencias en las urnas? ¿Cómo podíamos consumir tanta energía tan caprichosamente, sin que nos reconcomiera la conciencia por dentro? De nuevo algo fallaba, y no era el texto. De nuevo la pieza que no encajaba en el texto era él mismo. Si bien es cierto que el tema le preocupaba, ¿qué hacía él, a parte de comprar un coche diesel aun sabiendo que seguía contaminando igual? ¿Qué hacía además de separar la basura y echarla en los correspondientes contenedores de colores, aun teniendo la certeza de que luego todo iba a parar al mismo montón? ¿Qué hacía él, a parte de cerrar el agua de la ducha cuando se enjabonaba en el baño, o de apagar las luces de las habitaciones en su casa a medida que las abandonaba, para luego dejar correr el agua del grifo para tener agua fría o caliente y dejara las luces encendidas al salir de casa para disuadir a los ladrones con una estancia simulada? ¿Qué es lo que hacía? Nada. Esos gestos eran tan sólo calmantes para la mala conciencia.

Sin borrar lo anterior, empezó de nuevo, y de nuevo se encontró ante el mismo problema. Y recomenzó sin borrar, y otra vez el mismo muro enfrente. Recomenzó otra vez y de nuevo el mismo escollo, y otra vez, y otra vez, y otra vez. Y así pasó tantas veces como con temas lo intentó: Energía nuclear, cultivos transgénicos, venta de armas a países en conflicto, telebasura, politización de medios, violencia de género, especulación inmobiliaria... En todos los temas se veía como parte del problema.
Finalmente, decidió hacer una recopilación de todos los intentos, intentado mostrar un panorama apocalíptico del mundo, con una sobredosis de información a modo de maquillaje que ocultara las carencias del texto. Fuera lo que fuera, tenía que enviar algo a la redacción antes de dos horas.

Cuando terminó de arreglarlo para que tuviera un sentido y una cohesión decentes, se fumó un cigarro en el balcón, intentado despejar la mente. Una vez apagada la colilla, lo imprimió y lo leyó. Al terminar la lectura de la última línea del folio, encendió otro cigarro, desmenuzó el papel y lo quemó en el cenicero. Se llevo los dedos a las sienes. Había dedicado mas de una jornada ordinaria de trabajo a un texto que, aunque desde la teoría decía grandes verdades, en la práctica era lo mas hipócrita que había escrito en toda su carrera profesional, e incluso en su carrera no profesional. Entonces fue cuando lo envió a la papelera de reciclaje y lo eliminó definitivamente, eliminando también cualquier tentación de enviarlo a la redacción.
Esto lo hizo antes de mirar la hora, para no verse obligado a publicarlo por falta de tiempo. Miró la hora y era tarde, muy tarde. En veinte minutos tendría que enviar algo decente o no le pagarían. Terminó el cigarro, se sentó y comenzó a escribir de corrido.

Querido lector, si me ve paseando por la calle, no se corte, insúlteme, critíqueme, escúpame si lo cree necesario, pero no me deje ir de rositas, pues la culpa es mía. No es toda mía, pues no soy el único responsable, pero soy cómplice, y por ende culpable, de prácticamente todas las injusticias del mundo.
Soy culpable de la explotación descontrolada e insostenible del planeta, de la esquilmación de los mares, de la extinción de los delfines y las ballenas. Soy culpable de permitir y contribuir con la destrucción de la mejor herencia posible para sus hijos. Soy culpable que haya armas en los conflictos civiles y de que se masacre a poblaciones indefensas. Soy culpable de las torturas, violaciones y ejecuciones de miles de personas en el mundo. Soy culpable de apoyar con mi dinero a las multinacionales que exprimen inocentes, que expropian sus tierras, que luego las devastan y soy culpable de que les contraten como esclavos en sus fábricas cuando ya no tienen nada. Soy culpable de las desigualdades del mundo. Soy culpable del abuso de los banqueros, del abuso de los promotores inmobiliarios, del abuso de poder de la policía y del abuso de poder en su trabajo. Soy culpable de la devaluación de los valores morales y de la degradación sistema educativo. Soy culpable de inculcar a las nuevas genreaciones unos principios fallidos y decadentes, y de contribuir aun más con ello dando mal ejemplo. Soy culpable de todos estos delitos, y de muchos más que, por falta de espacio, no puedo poner.
Así que, cuando me vea paseando impunemente por la calle, no dude ponerme en mi sitio y hacer todo lo que crea necesario para hacerme entrar en razón. Pero después de haberme puesto en mi sitio y vuelva a casa satisfecho por haberme propinado mi merecido escarmiento, no deje de mirarse en el espejo, y observar con sinceridad su reflejo. Porque recuerde; usted no es mala persona, pero sí es culpable.

El artículo inexplicablemente no fue publicado. Y digo inexplicablemente porque al final, después de sus aspiraciones de grandeza, había acabado haciendo lo de siempre.

viernes, 7 de mayo de 2010

Justificante injustificado.

Hay muchas palabras que portan, o en muchos casos lastran, otros significados que no tendrían porque lucir. El caso de la afirmación "soy modelo", viene muy bien para ejemplificarlo.
Si una persona te dice que es modelo, independientemente de que estés viendo a esa persona o no, ya te hace pensar en dos cosas: Es una persona atractiva y no muy inteligente. Son dos significados asociados a esa palabra. Uno positivo y otro negativo. Esto no quiere decir que realmente sea lo uno o lo otro, pues puede que esa persona, ni sea tan estúpida, ni sea tan atractiva. Esto viene dado por el que escucha, ya que es él quien valora según su propia escala de valores, el atractivo y la estupidez.

Aquí está precisamente el quid de la cuestión de la subjetividad de las palabras, pues el valor asociado a una estatus, profesión o afición, no tiene por que ser solo uno. El emisor de un mensaje puede asociar lo que dice a algo y el receptor puede hacerlo a algo totalmente distinto.
Por ejemplo la afirmación "soy músico", puede ser percibido por el emisor como algo glamuroso, mientras que el que escucha, puede estar pensando que es un vanidoso, porque tocar la guitarra en tu cuarto, no te hace músico. A la palabra "músico" en si, se le suele asociar mas el adjetivo del primero, pero es algo que, más que decirlo, hay que demostrarlo.

Yo soy partidario de que las etiquetas me las pongan los demás, porque uno siempre es distinto a como le ve la gente. Aunque componga canciones, no soy compositor. No soy escritor, aunque escriba palabras. Creo que afirmar "soy compositor" o "soy escritor" es ponerme a la altura de gente que sí puede decirlo, o que no tiene la necesidad de hacerlo, devaluando así ese estatus que tanto trabajo le ha costado conseguir. No por editar vídeos y colgarlos en youtube, eres realizador o montador. No por hacer fotos eres fotógrafo. Y no por escribir un blog eres escritor.
Aquí es dónde quería llegar. La palabra "bloguero" tiene, al menos para mí, muchas connotaciones negativas. Uno asocia esta palabra a friki, pretencioso, pedante y a muchos otros significados, y rara vez se asocia a "escritor". Estas asociaciones a los "blogueros" posiblemente vienen por la cantidad de gente que usa los blogs para protestar, generalmente de manera incendiara, sobre temas que no son ni tan importantes, ni tan denunciables como el "bloguero" cree, o para contar al mundo entero sus pensamientos e inquietudes, a modo de diario, como si estas fueran de una importancia vital para los demás.
Con esto no quiero decir que haya dos clases de "blogueros", pero si creo que estas apreciaciones son las que se suelen asociar a quién tiene y escribe un blog.

"Yo tengo un blog." Lo digo y me chirría en los oídos, pero es cierto. Creo que no debería darme vergüenza decirlo, pero me la da. No soy "bloguero", o no quiero serlo. Quién quiera llamármelo en su derecho está, pues como he dicho antes, las etiquetas no debe ponérselas uno mismo. Pero aunque me gustara ponérmelas, esta es una que escondería.

Ahora, como justificación (aunque no me veo en la obligación de justificarme, pues es mi blog y pongo lo que me da la gana), digo que he creado este blog por aburrimiento, con el objetivo de entretenerme y en el mejor de los casos, entretener a otra gente. Lo primero lo he logrado. Lo segundo está por ver. Sinceramente, no creo que tenga nada nuevo, ni nada realmente interesante que decir, pero creo que para lo que busco, que es entretener, no es imprescindible.

martes, 4 de mayo de 2010

Una siesta demasiado larga.

Fue una tarde normal. Me había despertado de la siesta con ese malestar típico de quién duerme con el sueño bombardeado subliminalmente por la bilis televisiva. Tenía la saliva espesa y un ligero dolor de garganta, además de las articulaciones doloridas. Las siestas largas siempre me han sentado fatal. Apagué la televisión haciendo callar a los energúmenos que gritaban en su interior discutiendo de política, fútbol o algún personaje del corazón, y encendí un cigarro a la vez que cogía mi teléfono móvil con intención de encontrar a alguien con quién dar una vuelta, y hacerle cómplice de mi sueño. ¿O había sido una pesadilla? El tabaco sabía a rayos. Estaba sequísimo aunque lo había comprado ayer. Al final tendremos que llevar neveras de bolsillo para que no se estropee el maldito tabaco.
Nadie cogía el teléfono. Tan sólo respondieron un par de amigos que tenían que hacer no se qué y que me colgaron rápidamente. Parecían distintos, como si de repente se hubieran hecho... ¿mayores? Además parecían enormemente extrañados de que los llamara. Uno de ellos, Xavi, me dijo algo de llevar a no se qué niños a no se que clase y que yo supiera, no tenía sobrinos. El otro, Manolo, me dijo que estaba en una reunión que luego si podía me llamaba y me colgó sin dejarme decir nada. ¿Una reunión? ¿Una reunión de qué? En el último intento, llamé a Sergio. Tuve que llamar varias veces porque al teléfono respondía una señora que me decía que me había equivocado. Finalmente desistí, y luchando contra el mareo salí a dar una vuelta, aunque fuera solo, para ver si así se esfumaba este malestar que sufro siempre después de una siesta larga.

Las articulaciones aun me dolían, pero con el movimiento iban entrando en calor. Lo mismo que la pupilas. Nada mas salir del portal, el sol de la tarde me hizo retroceder clavándose en mis pupilas como un haz de alfileres lumínicos. Mi aspecto no debía ser muy bueno, pues la vecina del tercero, con la que me crucé en las escaleras, se quedó clavada en su sitio al verme. Como si hubiera visto un zombi. Ni siquiera me respondió cuando la saludé. En mi defensa tengo que decir que ella tampoco tenía muy buen aspecto. Sin maquillar y sin teñir aparentaba bastantes años más que cuando iba arreglada.
Mientras desentumecía mis músculos intenté recordar mi sueño/pesadilla. No pude. Como otras veces, se había volatilizado sin dejar mas rastro que una sensación extraña, aunque ya conocida, de desorientación y apatía. De repente, todos mis sentimientos se convirtieron en hambre. Un hambre descomunal, un hambre tan poderosa que se convertía en dolor de estómago, haciéndome pensar que tal vez era un indigestión y no todo lo contrario. Me acerqué al primer establecimiento de comida turca, también llamados kebap, que vi. Por suerte invaden la ciudad con la altruista misión de dar comida al hambriento. Los precios eran desorbitados, así que busqué otro, y cuando iba por el quinto establecimiento, (no había recorrido ni cien metros de calle) acabé pagando la misma cifra sangrante que me habían pedido en el primero, pues parecía que se habían puesto de acuerdo para arruinarnos, y el hambre ya me hacía flaquear las piernas.

"Malditas siestas largas." Dije terminando de limpiarme la salsa turca de los dedos con una ridícula servilleta. La cabeza me latía intentando salir de mi cráneo mientras mis ojos seguían intentando esconderse en sus órbitas. Carraspeé un poco antes de sacar otro cigarro de hojas del desierto. Hubiera tirado el paquete, pero el kebap me había dejado sin dinero para comprar otro.
Me acerqué a un quiosco con intención de leer los titulares mientras esperaba que pasara alguien fumando y me diera fuego. Rápidamente me olvidé del cigarro y de mi dolor ocular, para que mis ojos pudieran abrirse como nunca antes lo habían hecho:
"La Porta gobernará con el apoyo de Izquierda unida." "Esperanza Aguirre y Ruiz-Gallardón nos cuentan todo sobre su noche de bodas." "Mariano Rajoy: Registrar la palabra "crisis" es lo mejor que he hecho en la vida." "Vuelve a ser ZP. Zapatero gana las elecciones a la presidencia del F.C. Barcelona por goleada."

-¿Hoy es el día de los Santos Inocentes?-Pregunté aturdido al quiosquero.
-No -respondió secamente.
-¿Y porqué estos titulares?
-Son los que hay. Yo no soy él que los pone. Si no te gustan no los leas -dijo molesto.
-¡Pero se los han inventado!
-¿Inventar? No creo. Los periodistas son más de adornar.
-Pero...-dudé. -¡¿La Porta presidente del gobierno?! ¡Eso no hay quién se lo crea!
-Era el mejor candidato. Lo siento por ti si no te gusta. Vas a tener que aguantarlo hasta 2020por lo menos...
-¡¿2020?!- grité horrorizado.
-Claro. Cuatro años hasta las siguientes elecciones- dijo el quiosquero sin que yo terminara de oírle, pues había salido corriendo.

"¿2020? ¿Qué coño esta pasando? Entonces, estamos a... ¡2016! ¿Cuanto tiempo he dormido? ¡Odio las siestas largas pero esto es demasiado! ¡Seis años! ¡Seis años de siesta! ¡¿Por qué cojones nadie me ha despertado?! ¡¿Por qué?!!!!!!!" Detuve mi carrera para dramatizar este último grito elevando los puños al cielo, pero algo me extrañó cuando noté que de mi voz, no solo salía la letra "e", sino también una especie de zumbido agudo. Cesé de gritar y la letra "e" calló, pero el zumbido continuó. Continuó y aumentó. Bajé los brazos extrañado y entonces noté que el peculiar zumbido no salía de mi, sino que venía de detrás de mi. Me giré, y entonces el zumbido entró en mi, pues la furgoneta que pitaba para que me apartará me arrolló.

Desperté. Estaba en mi casa. En la tele hablaban de las elecciones de 2012, que aún estaban por llegar. Encendí un cigarro que sabía a rayos. Estaba sequísimo. Tosí y me incorporé crujiendo mis articulaciones doloridas. Las siestas largas siempre me han sentado fatal.