jueves, 20 de mayo de 2010

Trilogía de Ernesto Faltante. Cap. 2

Ernesto, yo y el eco de la humanidad en el universo.

Ernesto era alto, con el pelo bien peinado pero sin peinar. Parecía sucio pero se veía limpio. Solía llevar un abrigo largo y negro de algodón, con pequeñas motitas blancas que hacían pensar a primera vista que tenía los hombros cubiertos de caspa. Tenía una imagen ambigua. Era clásica y moderna, recatada y descarada, que hacía dudar al más seguro. Respondía siempre con la frase idónea para desarmar a su interlocutor. En las pocas entrevistas que concedíamos, solía desconcertar por completo al periodista, y cuando al pobre plumilla le fallaban los nervios y cometía algún error, Ernesto se hacía el ofendido y yo tenía que terminar la entrevista por él. La prensa le trataba fatal, pero la prensa habla poco y bien de lo que le agrada, y mucho y muy mal de lo que la desprecia. Era un genio haciendo enemigos, y esa era su mejor baza.

Si tengo que contar toda la verdad sobre mis vivencias con Ernesto Faltante, me veo en la obligación de reconocer que su actitud de superioridad y desprecio hacia todos los demás, a mi parecer, sólo era una pose. En la intimidad era amable y educado, e hicimos migas enseguida. Siempre tenía una sonrisa, y conseguía sosegarme cuando me podían los nervios que, siendo su representante, era bastante a menudo. De hecho, creo que jamás le vi realmente enfadado. El carácter déspota y desagradable, del que todo el mundo hablaba, no era real. Yo solía recordárselo con intención de vacilarle, pero Ernesto no entraba al trapo fácilmente.

-La sinceridad la dejo para la poesía -respondía-. Para la vida real es necesario ocultarse detrás de una máscara. Si te dijera lo que realmente pienso de ti, no querrías ser mi amigo.

Desde el primer momento quise etiquetar su poesía, pero él se negaba. Yo siempre le decía que era mejor ponerse uno mismo la etiqueta, antes de que lo hiciera cualquier periodista con delirios de grandeza.

-Pues que lo haga -decía.
-Pero ¿y si el nombre no es correcto, o no resulta comercialmente viable?
-Entonces filtraremos otra etiqueta igual de incorrecta a mis seguidores. Así les daremos a todos más razones para discutir.

En eso, como en casi todo, tenía razón. La polémica que generaba alrededor de su obra y su persona era la clave de su éxito. Cuánto más polémica era una actuación o un verso, más se vendían sus libros y más gente acudía a sus recitales. Él lo sabía y lo explotaba. A veces en sus recitales, que eran auténticos espectáculos, utilizaba expresiones incorrectas, o pronunciaba mal algunas palabras deliberadamente, con la intención de alimentar las brasas del odio de sus enemigos. De hecho, esos "enemigos" formaban sin pretenderlo, una parte imprescindible del espectáculo (más aun que los propios poemas).
Cuando íbamos a una ciudad por primera vez, solíamos montar una firma de libros dónde calibrábamos el nivel de odio hacía el poeta. Si iba gente a protestar a la firma, no hacíamos nada extraordinario por alimentar este odio. Si la firma trascurría sin incidentes, pagábamos a dos o tres individuos para que fueran a protestar contra el poeta en la primera actuación. Estos calentaban al resto de asistentes y se montaban discusiones y trifulcas. Las noches siguientes, se agotaban las entradas. Esta idea no era mía, yo sólo la perfeccioné. Ernesto me comentó al poco de conocernos, que había hecho esto mismo en sus primeros recitales en Madrid.

Hicimos mucho dinero durante esos años. Recorrimos innumerables ciudades españolas y después montamos una gira latinoamericana, que fue un éxito rotundo. Cuándo volvimos a España me dí cuenta de que la ambición de Ernesto era mucho mayor a la mía.

-Quiero hacer una gira europea.
-Los libros no se venden mal en Europa, pero si quieres te concertamos un par de entrevistas y alguna firma de libros -propuse.
-No hablo de una gira promocional. Quiero recitar.
-No creo que una gira de recitales en español por Europa sea un buen negocio.
-No recitaré en español -replicó Ernesto con toda la seguridad de la que disponía, que era mucha.

La gira europea, que a mi me parecía una auténtica locura en un primer momento, y creo que no llegué a relajarme en todo lo que duró, que fue mucho; fue todo un éxito.
Llegábamos a las ciudades una semana antes de las actuaciones. Yo preparaba el clima de las actuaciones concediendo entrevistas y caldeando el ambiente, mientras Ernesto, con ayuda un profesor del idioma local, se encerraba en el hotel toda la semana, preparando sus recitales en alguna lengua que jamás había hablado, y casi ni oído. Pero Ernesto resultó tener un oído privilegiado para la lengua. En los recitales europeos, además de las críticas y alabanzas que eran habituales en los países de habla española, algo era distinto: Todos destacaban lo correcto de su dicción. De hecho, la polémica muchas veces saltaba, porque muchos no creían que fuera Ernesto Falsante, sino un imitador con conocimiento de la lengua, puesto por el propio Ernesto.

Era como una estrella del rock. Las chicas le adoraban, pues ciertamente era atractivo, y forraban las carpetas con sus fotos. Los chicos lo admiraban e imitaban, pues era rico, famoso y destilaba carisma por todos sus poros. Las asociaciones ultrareligiosas lo demonizaban y los medios de comunicación no hacían mas que hablar de sus escándalos. Escándalos que normalmente protagonizaba el público de sus actuaciones, y no él mismo. En realidad, era mucho más rentable que una estrella del rock por varias razones:

  • En primer lugar, editar los libros de poesías era realmente barato, al contrario que las superproducciones de las estrellas del rock.
  • Como segunda razón, en sus actuaciones no era necesario contratar luces, pirotecnia, músicos, bailarinas, escenografía, técnicos y toda la parafernalia. Se bastaba él mismo, con un micro y unos altavoces.
  • Y por último, no actuaba como un divo mal criado y se conformaba con cualquier cosa, siempre que no afectara a su espectáculo.

Ni que decir tiene, que en sus giras, no todo eran éxitos y risas. Nos enfrentamos a muchos problemas y momentos realmente tensos. Me sorprendía (nunca dejó de hacerlo) como Ernesto conservaba la calma en todo momento. Siempre viajábamos con escolta, pues el mundo es un lugar llenos de fanáticos, y Ernesto era un imán para sus obsesiones. Muchas veces las autoridades locales, intentando que no actuáramos, nos ponían toda clase de impedimentos y trabas: Lentitud con los visados, controles aduaneros, controles policiales, cacheos, registros en el hotel... A Ernesto, esto le complacía, pues eso significaba que el viaje sería un éxito. Pero a mí muchas veces, me entraban ganas de tirar la toalla. Era muy frustrante estar siempre discutiendo y luchando a cada momento con personas muy poco razonables. Además, era a mí a quién le tocaba dar la cara en esos momentos, aunque he de reconocer, que cuando a mi me superaba la situación, Ernesto tomaba las riendas, y lo hacía francamente bien.

Una vez en Bogotá, Ernesto desapareció. Mienstras él iba al hotel, yo me había quedado en la sala después de la actuación, haciendo mejoras en la seguridad de la actuación del día siguiente, pues esa noche la cosa había estado a punto de desmadrarse y acabar en tragedia. Cuando llegué al hotel, Ernesto no estaba ahí. Esperé un rato y, temiéndome lo peor, llamé a la policía. Pero no me hicieron mucho caso. Habían estado fastidiando desde que llegamos a la ciudad, y los mismos que sólo pretendían complicarnos la estancia, tampoco nos iban a ayudar cuando las cosas se torcieran. Empezaba a pensar que habían sido los propios agentes de la ley los responsables de su desaparición. Y estaba convencido de que todo esto era culpa de una de las ideas de Ernesto: Meter un señuelo en el coche "oficial", pedir un taxi, e ir sólo al hotel por la puerta de atrás. No me parecía buena idea, pero como de costumbre no me hizo caso.
A eso de las seis de la mañana, cuando casi estaba cojiendo el teléfono para llamar a la embajada, la puerta del hotel se abrió y aparecio Ernesto, borracho como una cuba, arrastrado por dos maromos de tez oscura. Él se reía a carcajadas, y los maromos le reían la gracia. Tuve que esperar a que se marcharan, pues cuando me puse a abroncar a Ernesto, me amenazaron seriamente y no se marcharon hasta que se quedó dormido. Cuando se despertó, mas sereno, me contó que había sido raptado por una mafia colobiana, con intención de pedir un rescate. Cuando uno de los sicarios vió en su documentación quién era, le llevaron inmediatamente delante de su jefe, quien era un gran admirador del trabajo de Ernesto. Es más, le tenía como el ideólogo de su filosofía de vida.
Mientra yo no pegaba ojo y desesperaba en la habitación de hotel, Ernesto estaba en una fiesta en su honor, organizada por uno de los mayores criminales del planeta.

Evidentemente, esta es una de las anécdotas más "simpáticas". Tanto en América latina como en Europa, no solíamos irnos de las ciudades sin haber temido por nuestras vidas en algún momento; fanáticos armados, masas enfurecidas, e incluso amenazas de bomba.

Cuando finalizó la extensa gira europea y regresamos a España, yo me temía lo peor y me adelanté.

-Ernesto -dije-, no cuentes conmigo para la gira asiática.
-¿Estás seguro? Va a ser un gran negocio.
-Ya tengo mucho dinero -respondí agotado-. Pero gracias.

Ernesto se fué a triunfar en Asia y yo me quedé en Madrid, dedicándome a invertir parte de mi dinero en negocios mucho menos rentables, pero infinitamente mas tranquilos.

1 comentario:

  1. Quillo, Faltante o Falsante?? Que se te va la olla pa Camboya, chavaaaal!!

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