viernes, 21 de mayo de 2010

Trilogía de Ernesto Faltante. Cap. 3

La poesía era lo de menos.

Me establecí cómodamente en Madrid, y me embarqué en varios negocios, por puro aburrimiento. El dinero que amasé representando a Ernesto Faltante me daba una tranquilidad melancólica. La paz que tanto había anhelado me satisfizo, pero sólo unos meses. Al poco tiempo, la paz se transformó en aburrimiento, y la tranquilidad en desidia. Después de varios años de viaje, nervios y adrenalina, la frenética actividad de la ciudad me recordaba a la tristeza de un pueblo moribundo. Al final, el negocio que más me llenaba de todos los que emprendí (si es que "llenar" fuera la palabra adecuada), fue una librería. Y con los años me doy cuenta de que la razón era que añoraba a Ernesto y la locura que generaba a su alrededor.

Desde mi isla de melancolía, seguía la gira de Ernesto por el continente asiático. Estaba arrasando. En Japón, el recibimiento había sido espectacular; en el mismo aeropuerto, ya había miles de admiradores esperándole. Como todos los que triunfan en occidente, independientemente de que sean buenos o no, en Asia, Ernesto era considerado casi un dios. Me arrepentí de no haber ido, e imaginaba que Ernesto no debía estar muy contento, porque en contra de lo que había sucedido hasta ahora, en Asia la mayoría eran los proernestistas. Un recital de Ernesto Faltante en Asia, era como un concierto de los Beatles; millones de adolescentes chillando, desmayos, lloros, ataques de nervios... Debía estar ganando mucho dinero. El problema era que él no hacía esto por el dinero.

Una vez llamó por teléfono, aunque no pudimos hablar mucho.

-¿Cómo está marchando todo? -pregunté.
-No va mal - dijo, pero no quería hablar de él mismo-. ¿Y tú? ¿Te aburres mucho sin mí?
-Un poco. He montado una librería. Tus libros mantienen el negocio -bromeé-. ¿Qué tal con el nuevo representante?
-Le he despedido. No entendía nada de lo hago. Ayer se le ocurrió conceder una entrevista triunfalista para una emisora española, y además sin mi permiso.
-Si, algo oí- mentí. La había oído de principio a fin.
-Pues eso. Le he despedido. Oye, te tengo que dejar, que ha llegado el profesor y sólo me quedan dos días para aprender a recitar en chino. Adiós.
-Seguro que no tienes problem...- ya había colgado.

Había oído la entrevista, que se había anunciado a bombo y platillo. Los medios españoles seguían la gira al detalle y ahora hablaban de él como un héroe nacional que se dedicaba a extender la lengua y la cultura española por el mundo. Los mismos que antes usaban su pluma como una navaja con la que intentaban cortarle el cuello, ahora la usaban para dibujar alas y aureola de santo, en todos sus retratos. A pesar de que estaban demostrando que la hipocresía de la que les acusaba Ernesto era cierta, creo que a Ernesto no le complacería nada. Esto no era lo que él quería.

Cuando la gira terminó intenté hablar con él, pero no hubo manera de localizarlo. Había desaparecido literalmente. Tengo la seguridad de que al temerse una llegada triunfal, con desfile, fuegos artificiales y serpentinas, al más puro estilo americano, Ernesto había decidido no volver.
Llegué a contratar a un detective privado para que lo localizara. No quería hacerle volver, sólo quería saber que estaba bien, pero se lo había tragado la tierra. Me consolaba pensar que había encontrado la paz en algún lugar recóndito, alejado de toda humanidad, rodeado de bestias sin disfraz y de la más honesta y salvaje naturaleza.

Un día el teléfono sonó sacándome de mi intranquilo sueño. Eran las tres de la madrugada.

-Quiero organizar un recital en Madrid y necesito tener al mando al mejor.
-¡¿Ernesto?! ¡¿Eres tú!? -grité saliendo de mi sopor y entrando en mi sorpresa.
-El mismo. Siento haberte despertado.
-¡No te preocupes! ¡Qué alegría saber de ti! ¡¿Dónde has estado?!
-Aclarando mis ideas.
-¿Estás bien?
-Si te refieres a si he conseguido mi objetivo: Sí, he aclarado mis ideas.
-He intentado localizarte.
-Lo sé -dijo dando por zanjado el tema-. Pero eso no es lo importante ahora. Quiero recitar. Quiero hacerlo dónde empecé, en Madrid. Y quiero que lo organice mi representante. ¿Estás dispuesto?
-Por supuesto que sí -respondí con la voz llena de la esperanza que me insuflaba ver la luz del caos al final del tedioso túnel del orden.
-Mañana te llamo entonces -dijo y dudó unos segundos-. Se te echó de menos en Asia.
-Debería haber ido -respondí agradecido-. Hasta mañana.

Me fue imposible volver a dormir. La alegría y la emoción de volver a embarcarme en el remolino de emociones de Ernesto, me lo impidieron. Durante los días siguientes, hasta la esperado retorno del poeta, creo que tampoco dormí mucho. De todas formas, la energía no me faltó. Sabía que había echado de menos ese trabajo, pero no me había dado cuenta de cuánto hasta ese momento.

La noticia del esperado regreso de Ernesto Faltante, copó los medios sin necesidad de hacer nada extraordinario. Las salas llamaban a nuestra puerta. Hasta hubo algún "iluminado", que aseguró que el recital sería en alguno de los estadios de la ciudad. El clima era de expectación total. Decidimos hacerlo en una sala recogida, pero con un buen aforo.

Ernesto no parecía el mismo; estaba nervioso, descentrado. A veces, yo tenía que elevar la voz un poco más de lo normal, para sacarle de sus ensoñaciones. Yo lo achacaba a que el clima de aceptación y alegría por su regreso, no eran de su agrado. Si después de actuar en Asia y ser aclamado, había tenido que desaparecer más de un año, no sé que tendría que hacer si en su ciudad natal, dónde más se le había vilipendiado, se le recibía con los brazos abiertos y las bocas llenas de cumplidos. Pero para mi sorpresa, después de haber ido a más en su introversión durante los preparativos de su gran reaparición ante el público, el mismo día de la actuación, estaba pletórico. Reía, bromeaba y estaba mas excitado de lo que nunca le había visto. Definitivamente, no era el mismo. La concentración, el sosiego, y la seriedad (esto no le había impedido tener un sentido del humor exquisito) que le caracterizaban, se los había dejado en algún lugar cerca de su retiro temporal. Yo estaba preocupado y unos minutos antes de que saliera a escena, me acerqué a su camerino a charlar un rato con él y, cuando me abrió la puerta, ahí estaba de nuevo: Delante de mí volvía a estar Ernesto Faltante.

Hablamos los pocos minutos que faltaban para empezar, y mi corazón se llenó de esa calma excitada que se tiene al empezar algo importante con los deberes bien hechos.

-Llegó el momento -dije.
-Vamos a darles su merecido -dijo Ernesto.

Salió a escena y el publicó le recibió con un voluminoso aplauso. Me resultó extraño verle entre tanto alago, pero Ernesto me recordaba dónde estaba. Aunque "el eco de la humanidad en el universo" no estaba en la sala, su actitud seguía inalterable. Miró al público con desprecio renovado por los aplausos, y vomitó el título del primer poema.

-"Hijos de la grandísima puta" -dijo-. Este poema se lo quiero dedicar todos los que han asistido a mi regreso a la ciudad que me vio recitar por primera vez.

La gente correspondió la dedicatoria con otro aplauso. Ernesto les mandó callar y empezó con el poema, que como su propio nombre hacía pensar, era una ristra de insultos y vejaciones al público. Era un manifiesto contra la hipocresía de los aplausos que estaba recibiendo. El punto final del poema, lo puso el público con una ovación digna del mejor tenor del mundo.

El recital continuó en la misma línea; Ernesto insultaba al público y este le aplaudía. El espectáculo era lamentable; algo más de mil quinientas personas, sonriendo y aplaudiendo a un orador enfurecido escupiéndoles todo su ingenio en forma de insultos. Algunos, hasta reían alguno de los insultos mas ingeniosos. Jamás había visto a Ernesto tan enfurecido. A veces llegaba incluso a elevar la voz, llegando casi al grito, para dar mayor fuerza a sus insultos. Me temí lo peor. Me dije a mi mismo que no volvería a ver a Ernesto después de esto.

-"Crucificado."-tituló Ernesto.

"Tres clavos tiene mi cruz:
Vuestro antifaz de sonrisa,
vuestra incongruente voz
y vuestro cariño comprado[...]"

El recital llegaba a su final y el público estaba encantado. Yo ya estaba pensando que le diría a Ernesto como despedida, cuando empezó a entonar los últimos versos.

"[...]Ojalá me llevara por fin la muerte,
para no tener que oír más vuestras idioteces,
no ver más vuestras hipócritas sonrisas,
no sentir más el sofocante calor que desprendéis.
Me bastaría con que me reventaran los oídos,
me arrancasen los ojos y me despellejasen vivo,
pero sería mas sencillo que me llevara la muerte.
Ójala me llevara de una vez la muerte,
para no tener que sufriros más."

Al decir esta última frase abrió los brazos como si estuviera crucificado y alguien entre el público gritó.

-¡Sus deseos son ordenes señor Faltante!

Se oyeron varios disparos, por lo menos cinco, y tres de ellos impactaron en el torso de Ernesto. Este cayó al suelo y el público por fin se comportó como debía hacerlo en un recital del gran Ernesto Faltante; con gran disparidad en sus reacciones.
Unos chillaron horrorizados, otros, pensando que formaba parte del espectáculo, aplaudieron extasiados, y otros empezaron a insultar a Ernesto, pensando que era una broma macabra del poeta. Lamentablemente, eso no era así.

El pistolero logró escapar en medio de la confusión. La confusa histeria del público hizo que algunos acabaran a puñetazo limpio. Otros creían ver pistolas por todas partes y al alertar de ello, provocaban avalanchas humanas. Afortunadamente nadie murió en la locura, aunque muchos salieron heridos. Ernesto tampoco murió en la sala, pero no llegó vivo al hospital.

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