martes, 18 de mayo de 2010

Trilogia de Ernesto Faltante. Cap. 1

Cómo conocí a Ernesto Faltante.

-La gente que no aprecia mi arte, o bien tiene una deficiencia cultural seria, o carece de la sensibilidad necesaria para usar esa cultura correctamente -dijo desafiante a su audiencia.

La sala estaba llena. Algunos habían ido porque admiraban a Ernesto Faltante, pero la gran mayoría iban por puro odio. Ernesto era como un accidente de tráfico, en el que todo el mundo aminora la marcha para poder ver la desgracia, sin disfrutar de la visión, pero sin poder evitar mirarla, haciendo que los que van detrás tampoco puedan evitar aminorar para curiosear, después de haber insultado sonóramente a sus predecesores por hacerles ir más lento.
Los que le odiaban, intentaban tirar por tierra cualquier verso, por muy bueno que este fuera, y no perdían la ocasión de leerle o escucharle, para poder recargar la pólvora de sus argumentos contra él. Los pocos que le veneraban, defendían cualquier verso, por muy malo que este fuera, para hacer rabiar a los detractores. A ambos grupos, proernestistas y antiernestistas, les movía el mismo sentimiento; la envidia que les producía que él se atreviera a decir, sin ningún tipo de sonrojo, todas esas cosas que ellos mismos sentían y no tenían el arrojo suficiente de decir en voz alta. A mí, de momento, me movía el deber moral de ver con mis propios ojos antes de hacer ningún juicio, lo que comentaba toda la ciudad, incluso fuera de los círculos cultos; los recitales de poesía de Ernesto Faltante.
Honestamente, tengo que decir que más tarde, el mismo Ernesto me hizo ver que tan noble no era el motivo de mi presencia en la sala, pues en realidad fueron la curiosidad y la necesidad de unirme a uno de los dos grupos, las que me hicieron salir de casa esa noche.

-Poema de amor -escupió al público, y aprovechando una pausa valorativa, lo miró con desprecio, antes de empezar con el poema.

Te amo con todo mi corazón.
Este corazón que es tuyo.
Te amo con todo tu corazón.
Somos sólo uno.

Un amor sincero,
pues sólo deseo tu bien.
Un amor leal,
pues tu bien también es mío.
Un amor sin límite,
más que el de la muerte.
Un amor sin celos,
pues sé que nadie te ama,
ni te amará jamás
más de lo que lo hago yo.

Sólo lamento no poder mirar tus ojos,
no poder besar tus labios,
no poder besar tu sexo.
Sólo lamento que admiro tu belleza
tan sólo adulterada
a través del puto espejo.

Te amo con todo mi corazón.
Este corazón que es tuyo.
Este corazón con el que odio
a todos los que no sean yo.

La audiencia, que había guardado un silencio casi religioso durante el poema, estalló en una orgía de aullidos de aprobación e indignación. Vítores y abucheos se mezclaban, creando un sonido amorfo, que más tarde Ernesto llamó; "el eco de la humanidad en el universo, si en el espacio se propagara el sonido". Este sonido formaba, cómo él mismo confesó después, una parte del espectáculo tan importante como los propios poemas. Aunque sólo había que ver el gesto orgulloso del poeta ante la reacción provocada, para saber que todo era intencionado.

-La muerte os hará libres -dijo titulando así el siguiente poema, y haciendo callar a la masa embravecida, como si de un líder religioso se tratara.

Comenzó a recitar el poema, y yo empecé a analizar sus versos buscando la clave de su éxito.
Sin lugar a dudas, esa clave no estaba en la forma. No había musicalidad en la palabras, no utilizaba grandes recursos, y ni siquiera utilizaba un vocabulario muy variado o culto. Era crudo y directo, pero había muchos otros poetas así. de hecho, si nos centráramos sólo en la forma, podríamos decir que era un mal poeta. Sin lugar a dudas, ahí no estaba la llave de su éxito.
Debía estar en el fondo de los versos, en las ideas que expresaban. Era despiadadas, hirientes... dolorosas. Pero tampoco era eso lo que las hacía especiales. Lo que las hacía sobresalir por encima de las palabras de cualquier otro poeta u orador, era su sinceridad. Una sinceridad tan radical, que me cuesta reconocer incluso ahora. No eran sinceras sólo con su propia condición o creencias, sino con los principios innatos de los seres humanos en toda su amplitud. Eran los instintos de la bestia que todos tenemos dentro. Nuestro ego vomitado en forma de poema.

Al darme cuenta de esto, me percaté de lo exportable que era su poesía. Crearía las mismas reacciones de animadversión y empatía en cualquier rincón del planeta. Aquí había un negocio, y yo quería formar parte de él.

El dueño del local, un viejo amigo mío, me presentó a Ernesto esa misma noche. Tuve que esperar muchísimo tiempo. Al terminar el recital, el ambiente estaba al rojo vivo. Discusiones de alta graduación comenzaron entre los asistentes. Creo que si no es porque el número de seguidores de Ernesto era mucho menor, la cosa podía haber acabado en una batalla campal. Al ser pocos, tuvieron que salir corriendo por miedo a un linchamiento. Y al decir por la megafonía que Ernesto ya se había marchado, los encendidos detractores se apagaron, pagaron sus consumiciones y se marcharon. Dos horas después de terminar el recital Ernesto salió por fin del camerino para tomarse una copa con el dueño que, curiosamente, también era amigo suyo.
Me acerqué sin tapujos, sin esperar a que nos presentaran, y sin ningún tipo de adulación. Sabía que para entrar a un tipo así, la adulación, incluso la no fingida, solo haría que me perdiera el respeto.

-Señor Faltante, he visto su actuación y creo que tiene un buen negocio entre las manos. Si no tiene representante, le garantizo que conmigo llegará a lo más alto.
-¿Le han gustado mis poemas?- preguntó altivo.
-No tanto los poemas en sí, sino la actuación en general. Creo que la atmósfera que crea provoca en los asistentes reacciones tan fuertes que, algunos de ellos, y en especial lo que más le insultaban, deben estar generando un obsesión con usted parecida a una adicción.
-¿Es usted de alguna editorial? -Preguntó algo sorprendido por mi respuesta.
-Nada más lejos. Soy Andrés Merchante. Empresario- dije tendiéndole la mano.
-¿Empresario? Pensaba que precisamente eso eran los editores literarios.
-Un editor vendería sus poemas para enriquecerse, yo le venderé a usted entero y nos enriqueceremos los dos -respondí sin destender mi mano. No tenía intención de rendirme.
-Ernesto Falsante y Andrés Merchante -dijo devolviéndome el apretón de manos -Si de una asociación poético-comercial se trata, de momento rima.

No hay comentarios:

Publicar un comentario